Pisé el acelerador mientras bajaba la montaña, la brisa fresca bañaba mi rostro mientras los primeros rayos de sol salían en un radiante amanecer.
Había pasado la noche en vela, ni siquiera sabía la razón.
O bueno, sí la sabía.
Sacudí mi cabeza.
Lo mejor era seguir con el trato, lo mejor era que cada uno siguiera su camino.
No éramos buenos el uno para el otro.
Ella me hacía más impulsivo, había descuidado mi trabajo y mis deberes por hacerla feliz.
Hacerla feliz no debía ser mi meta, ella no era importante.
Entonces pensé: ¿Por qué me estoy llevando su bufanda al otro lado del mundo si no es importante?
Lo mejor era cumplir el trato. Yo me iría del país y ella se casaría con la persona correcta.
Aquella persona que ya habían escogido sus padres.
Pisé el acelerador evitando mis intenciones de dar la vuelta al auto e ir hasta a su casa.
Tal vez me había vuelto adicto a ella.
Adicto a su risa escandalosa, a sus comentarios sin sentido y a sus ocurrencias juveniles.
Ella había logrado atravesar los muros que había puesto a mi alrededor.
Por eso debía terminar.
Yo era malo para ella.
Las únicas mujeres de mi vida, mi madre y mi hermana, habían sido heridas por mí más veces de las que podía contar.
Jamás me había enamorado, no sabía cómo estar enamorado.
Además, estaba la diferencia de edad.
Gané un poco más de velocidad mientras intentaba reconocer lo que estaba sintiendo en ese momento.
¿Acaso era arrepentimiento?
No era de los hombres que se arrepentían de sus acciones, todo lo contrario, lo que decía lo cumplía firmemente.
Si le había dicho que no la vería más.. .
no la vería más.
Le había pedido que ocultáramos nuestra relación al mundo.
Lo hice para protegerla.
De los medios, de mi familia, de los chismes y de las malas intenciones.
Sé que ella no lo vio así.
Un día me preguntó si me daba vergüenza estar con ella.
Por Dios.
Vergüenza le debía dar a ella estar conmigo.
Miré hacia el lado del copiloto.
Un día decidió abrir la ventana y empezar a gritar como loca lo enamorada que estaba de mí, ese día supe que debía terminar.
Ese día supe que seguir la relación era ponernos la soga en el cuello a ambos.
¿Qué pasaba si no era así? Preguntó una voz en mi cabeza.
¿Qué pasaba si ella no quería aceptar el trato?
Me regañé mentalmente.
Ella no me amaba a mí, amaba la idea y el personaje que había recreado en su mente.
Yo era solo una ilusión. No me conocía realmente.
¿Por qué estás tan seguro? Preguntó la misma voz.
Esas mismas dudas que me habían atacado en la noche volvían con más fuerza esa mañana.
Quería verla una última vez, lo necesitaba.
La necesitaba.
Eso la volvía peligrosa.
No podía seguir así.
Intenté frenar el carro para ordenar mis pensamientos cuando una luz y una corneta se atravesaron en mi camino.
Y de ahí todo lo que quedó fue oscuridad.