El orfanato.
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—¿Oye, crees que  una mamá algún día venga por mí?— preguntó Ted, abrazando sus rodillas en la cama.

Erick, sentado en el borde de su colchón, lo miró en silencio. No tenía el valor de decirle la verdad .
Nadie salía del orfanato “Hogar de los Inocentes” para ir a una familia. A los que se los llevaban, no se les volvía a ver lo descubrió casualmente.

—Claro que sí, Toño— respondió al fin, fingiendo una sonrisa—. Solo hay que esperar un poco más.

El cuarto estaba oscuro, frío, y el olor a humedad se mezclaba con el de orina y suciedad acumulada. Erick sabía que algo no estaba bien en ese lugar. Lo había sabido desde hacía semanas, cuando comenzó a escuchar cosas extrañas: ruidos en el sótano, voces de madrugada y, lo peor de todo, las conversaciones de Sor Margarita. Y niños salir misteriosamente a deshoras madrugada.

Mientras limpiaba el comedor, escuchó a la directora hablando por teléfono en su oficina. La puerta estaba entreabierta, y su  voz  sin emoción. Erick, sin hacer ruido, se acercó.

—Sí, los tengo listos. Tres esta vez. Dos varones y una niña. Saludables, tiernos. Perfectos para lo que necesitan... Claro, el pago será el mismo— dijo Sor Margarita, dejando escapar una risa  burlona.

Erick sintió un nudo en el estómago. Era cierto lo que sospechaba,  nadie salía de allí para tener una familia. Los vendían... y no para trabajos ni adopciones. Su mente no lograba comprender del todo lo que significaba, pero el horror lo  tomó de golpe.

Esa misma noche, reunió a sus dos amigos: Mariana, de doce años, y Ted., que apenas tenía ocho.

—Nos tenemos que ir. Nos van a vender— les dijo en voz baja.

—¿Qué dices, Erick? ¡Eso no puede ser cierto!— respondió Mariana, con los ojos llenos de miedo.

—Escuché a la madre Margarita. Hablaba de entregarnos. Ted, ¿te acuerdas de Candy? ¿De Fabián? Nadie ha vuelto a saber de ellos porque nunca llegaron a una familia.

Ted comenzó a llorar, pero Erick lo abrazó.

—Vamos a escapar esta noche. No sé a dónde, pero no podemos quedarnos aquí.

La fuga no sucedió como esperaban. Antes de que pudieran intentarlo, una camioneta negra llegó al orfanato. Dos hombres de rostros severos bajaron con cajas y cuchillos. Sus movimientos eran precisos, mecánicos, como si lo hubieran hecho cientos de veces antes. Erick, Mariana y Ted intentaron esconderse en el armario de la lavandería, pero los encontraron.

—Estos están perfectos— dijo uno de los hombres, señalando a Erick y a Ted.

—No tan rápido, queremos que todo salga limpio esta vez— respondió Sor Margarita, ajustándose el velo.

Los niños fueron arrastrados al sótano. La humedad era insoportable, y un hedor nauseabundo impregnaba el lugar. Erick trató de liberarse, pateando y mordiendo, pero un golpe en la cabeza lo dejó aturdido. Cuando despertó, estaba atado a una mesa. Mariana y Ted estaban encerrados en jaulas frente a él, llorando.

El orfanato apestaba a muerte. Erick, atado a la mesa, veía cómo los cuchillos eran afilados con movimientos casi ceremoniales. El aire frío del sótano era apenas suficiente para mantenerlo consciente mientras el pánico se apoderaba de él. Mariana lloraba en la jaula, golpeando los barrotes con las manos sangrantes. Ted, encogido en su prisión, no paraba de murmurar: "No quiero morir, no quiero morir".

—¿Por qué gritan tanto?— se burló uno de los hombres mientras encendía un soplete. —No dolerá tanto si se callan.

El brillo del fuego iluminó el rostro retorcido de Sor Margarita, quien sostenía un delantal de cuero manchado con sangre seca.

—Tranquilos, niños— dijo con una sonrisa siniestra. —Pronto estarán donde deben estar... en el estómago de alguien más.

Cuando uno de los hombres se acercó a Erick con el cuchillo, las luces titilaron, primero suavemente, luego con violencia. De pronto, la bombilla explotó, sumiendo el sótano en una penumbra apenas rota por el resplandor del soplete.

—¿Qué demonios fue eso?— preguntó el hombre, girándose.

Un gruñido profundo se  escuchó  desde las sombras. Algo se movió, un  sonido de huesos y carne acompañado de un hedor que hizo que todos se cubrieran la nariz.

—¿Quién anda ahí?— gritó el otro hombre, blandiendo un machete.

De las sombras emergió la criatura, su piel colgando en jirones, dejando ver músculos brillantes y venas negras palpitantes. Sus dientes, afilados  destellaban bajo la tenue luz, y su lengua bifurcada lamía la sangre que goteaba de sus encías.

—Hambre...— gruñó, con una voz que parecía brotar desde las entrañas de la tierra.

El hombre del machete no tuvo tiempo de reaccionar. La criatura saltó sobre él, enterrando sus garras en su pecho. Con un movimiento brutal, arrancó sus costillas, dejando al descubierto un corazón que aún latía débilmente antes de devorarlo de un bocado.

La sangre bañó a los presentes. Mariana vomitó al ver cómo los intestinos del hombre caían al suelo como serpientes inertes.

—¡Aléjate, maldito monstruo!— gritó Sor Margarita, levantando un crucifijo.

La criatura se detuvo por un momento, mirando el símbolo con algo que parecía burla. Luego, de un zarpazo, le arrancó el brazo que sostenía la cruz. Sor Margarita gritó, pero no duró mucho; la criatura le arrancó la mandíbula inferior y la lanzó contra la pared, donde su cuerpo quedó clavado en un gancho oxidado.

—¡Dispárale! ¡Haz algo!— chilló el hombre del soplete, retrocediendo.

Intentó encender el fuego, pero sus manos temblaban tanto que dejó caer la herramienta. La criatura se movió rápidamente, cortándole las piernas por las rodillas con sus garras. El hombre cayó al suelo, aullando de dolor, mientras el monstruo lo arrastraba hacia la oscuridad. Los  alaridos  y desgarramientos llenaron el sótano mientras el cuerpo del hombre era desmembrado.

Ted lloraba con los ojos cerrados, mientras Mariana observaba, paralizada. Erick, por su parte, forcejeaba con las cadenas hasta que estas cedieron con un chasquido. Con el corazón latiendo con fuerza, se levantó y corrió hacia las jaulas.

—¡Vamos, rápido!—  dijo rompiendo los candados con un trozo de metal afilado que encontró entre los escombros.

Cuando todos estaban libres, la criatura volvió a aparecer, cubierta de vísceras y sangre. Sus ojos blancos los miraron fijamente. Mariana se escondió detrás de Erick, pero antes que los atacara  Erick dio un paso al frente.:

—Gracias...— murmuró, con lágrimas  en los ojos.

La criatura inclinó la cabeza, como si entendiera. Con un movimiento veloz, arrancó la puerta de acero del sótano, abriéndoles el camino hacia la libertad.

—Váyanse. Ahora— gruñó la criatura antes de desvanecerse en las sombras.

Horas después, la policía llegó al lugar. Los vecinos habían reportado gritos y ruidos extraños. Encontraron a Erick, Mariana y Ted temblando en el patio delantero.

—Nos querían hacer daño... pero algo nos salvó— dijo Erick, mirando al oficial con ojos llenos de terror y esperanza.

Cuando los agentes entraron al orfanato, descubrieron una escena de pesadilla. El sótano estaba cubierto de sangre, órganos y cadáveres mutilados. Pero no había señales de la criatura.

El informe oficial habló de un ataque de animales salvajes, aunque nadie pudo explicar cómo una puerta de acero había sido arrancada de sus bisagras. Los niños sobrevivientes fueron trasladados a otro refugio, pero Erick sabía lo que había visto

A veces podía sentir una sombra observándolo desde lejos. No le temía. Sabía que, mientras existiera esa criatura, nadie volvería a hacerles daño.
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