La película American Psycho, basada en la obra de Bret Easton Ellis, nos presenta una figura tan perturbadora como emblemática: Patrick Bateman, un hombre cuyo trastorno narcisista se mezcla con una vida de lujo y excesos, construida sobre la cultura de las apariencias. Pero, más allá de la fachada de éxito que este personaje construye con su trabajo en Wall Street y su vida social llena de etiquetas y marcas caras, American Psycho es una crítica feroz a una sociedad vacía, donde lo superficial se antepone a la esencia del ser.
Bateman, vicepresidente de una prestigiosa firma financiera, vive una existencia aparentemente perfecta .
En este relato, la obsesión por la imagen, la apariencia y la aprobación ajena es lo que define a Bateman. La competencia por demostrar quién tiene más, y más caro, no solo limita a sus compañeros de trabajo, sino que también llega a un extremo aterrador: el desprecio por el valor real de las personas. Lo que importa en este microcosmos es lo que otros ven y piensan. El contenido, la esencia misma de los individuos, se vuelve irrelevante.
A través de Bateman, la película pone en cuestión un sistema que valora lo superficial: en su mente, las vidas de los demás no tienen valor, sino que son simples objetos para su satisfacción personal. La psicopatía de Bateman se manifiesta como una falta de empatía hacia los otros, pero es el narcisismo lo que le permite mantenerse en la cima, manipulando su entorno con una sonrisa falsa y una sed insaciable por el reconocimiento. Su vida está plagada de contradicciones: aunque se muestra como un hombre que cuida cada detalle de su aspecto y busca la admiración de los demás, está vacío por dentro, incapaz de experimentar emociones genuinas o de conectar con otros seres humanos.
La crítica más profunda de American Psycho está dirigida a la cultura del envase, donde la apariencia y la riqueza son la medida del valor. La película pone en evidencia un mundo donde las apariencias lo son todo y la autenticidad es un lujo que nadie parece poder permitirse. Lo que importa no es lo que eres, sino lo que los demás piensan que eres. Bateman, atrapado en su propio laberinto de mentiras y superficialidad, vive en un mundo donde la identidad es intercambiable, donde todos son iguales, pero al mismo tiempo, todos luchan por ser el mejor reflejo de la falsedad que los rodea.
El desmoronamiento de la identidad de Bateman, y su desespero por encontrar significado en un mundo que lo consume, se lleva al límite en una serie de eventos que mezclan la realidad con la locura. En el clímax de la película, la separación entre lo que es real y lo que es fantasía se vuelve borroso. Las consecuencias de sus crímenes parecen desvanecerse como una mala broma, lo que deja en el aire una pregunta: ¿es posible que Bateman haya sido siempre solo una sombra, una burla de sí mismo?
En última instancia, American Psycho no solo es una historia de horror psicológico, sino también una denuncia sobre la sociedad de consumo y el vacío existencial que conlleva la obsesión por las apariencias. Patrick Bateman no es solo un asesino: es un producto de una cultura que, al igual que él, está perdida en la superficialidad. Y mientras el mundo gira en torno a la competitividad, el lujo y la imagen, la verdadera identidad, esa que debería definirnos, se diluye entre las sombras de lo que pretendemos ser.