Hoy en día, tener una habitación privada y una cama propia es algo tan común que ni siquiera lo cuestionamos. Pero ¿te imaginas cómo sería compartir tu cama no solo con tu pareja, sino con tu familia, desconocidos o incluso animales? En la Edad Media, esto era lo más normal del mundo .
Durante la Edad Media, dormir acompañado no era solo una costumbre, sino una necesidad. La privacidad como la entendemos hoy no existía, y las familias compartían una única habitación para comer, socializar y, por supuesto, dormir. Los más pobres se acomodaban directamente en el suelo o, con suerte, sobre mantas o sacos de paja. Para los siervos, su lugar de descanso era el rincón de su área de trabajo: establos, cocinas o incluso el suelo junto a la cama de sus amos.
Incluso los nobles, aunque disfrutaban de camas de madera adornadas y habitaciones separadas, rara vez dormían solos. Las habitaciones privadas de los señores solían incluir a sus hijos y sirvientes más cercanos, quienes compartían el espacio, e incluso la cama, con ellos.
Viajar en la Edad Media implicaba aceptar la incomodidad. Si no había espacio en posadas o monasterios, los viajeros se alojaban en casas privadas, durmiendo con la familia anfitriona en su cama comunal. ¿El resultado? Una experiencia nocturna junto a desconocidos, donde las reglas tácitas eran no moverse demasiado ni acaparar mantas.
Las noches compartidas no solo ofrecían calor en inviernos fríos, sino también oportunidades para socializar. Era común charlar con el vecino de cama, compartir secretos, planear el día siguiente o incluso hacer nuevos amigos. En un mundo sin pijamas ni lujos modernos, la ropa de diario también servía como atuendo para dormir, y los gorros de noche eran esenciales para protegerse de las corrientes de aire, consideradas peligrosas.
Los más adinerados contaban con camas majestuosas decoradas con cortinas para resguardar la privacidad y mantener el calor. Pero incluso ellos no escapaban a los inconvenientes de la época: piojos, chinches y otros visitantes indeseados eran habituales en todos los estratos sociales.
Con el tiempo, las camas se volvieron más cómodas y los hogares más espaciosos, pero las costumbres de dormir en grupo persistieron hasta el siglo XIX. Hoy en día, aunque algunas familias todavía comparten camas o habitaciones, la idea de dormir en comunidad nos resulta extraña y, a veces, impensable.