El juego del calamar en la vida real
Hace 2 días
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¿Te has preguntado alguna vez si las historias más aterradoras de la ficción podrían tener raíces en hechos reales? En este artículo, te adentrarás en una de las páginas más oscuras de la historia de Corea del Sur, una que podría rivalizar con los episodios más sombríos de cualquier serie o película: la existencia de un campo de concentración que, por sus crueles condiciones y despiadado trato, ha sido comparado con los escenarios de El Juego del Calamar.

La tragedia oculta de un niño llamado Chong

En 1982, un joven llamado Chong, de tan solo 12 años, vivía una vida humilde pero llena de responsabilidades. Cuidaba a su madre enferma, mientras destacaba académicamente como uno de los mejores estudiantes de su clase .

Sin embargo, una fatídica noche, todo cambió para siempre. Mientras exploraba un salón recreativo con un amigo, Chong fue abordado por dos policías que, bajo el pretexto de ayudarlo, lo llevaron a una comisaría. Lo que parecía un gesto de protección fue el inicio de una pesadilla.

Poco después, informes de niños desaparecidos comenzaron a surgir. Estos niños, como Chong, eran llevados a un lugar que nadie conocía, donde la realidad pronto se tornaba un infierno. Dentro de una furgoneta, eran transportados a un misterioso campo que más tarde sería conocido como el Centro de Bienestar de los Hermanos. Allí, las condiciones eran tan brutales que recordaban a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial.

Una vida de sufrimiento y trabajo forzado

Las víctimas, desde niños pequeños hasta adultos, eran obligadas a vivir bajo condiciones inhumanas. Al llegar al campo, les rapaban la cabeza sin cuidado alguno y los vestían con uniformes rayados, eliminando cualquier rastro de identidad o dignidad. Desde el primer día, estaban sometidos a estrictas órdenes militares. Los castigos eran brutales, y cualquier error, por pequeño que fuera, se pagaba con palizas.

Las jornadas en el campo comenzaban a las 5 de la mañana, donde los prisioneros eran obligados a realizar trabajos forzados en fábricas. Chong, por ejemplo, trabajaba en una fábrica de cañas de pescar, enfrentándose a tareas peligrosas sin ningún tipo de entrenamiento. El hambre era constante, y muchos se veían forzados a comer ratas para sobrevivir.

La situación de las mujeres era aún más desgarradora. Muchas eran víctimas de abusos sexuales y sometidas a experimentos médicos crueles. Si quedaban embarazadas, los médicos inyectaban sustancias desconocidas para interrumpir sus embarazos de forma brutal.

Un sistema respaldado por el gobierno

El Centro de Bienestar de los Hermanos no era un lugar clandestino. Operaba bajo el amparo del gobierno surcoreano, que lo promocionaba como un refugio para personas sin hogar o considerados "inadaptados" sociales. Sin embargo, la realidad era otra: más del 70 % de los internos eran ciudadanos comunes, llevados a la fuerza por la policía en una campaña para "limpiar" el país antes de los Juegos Olímpicos de 1988.

El director del campo, Park, actuaba con total impunidad gracias a sus conexiones con altos cargos del gobierno, incluyendo el presidente. Cada persona capturada representaba un ingreso para el campo, y Park se beneficiaba económicamente del trabajo forzado de los prisioneros.

El principio del fin

En 1986, el fiscal Kim, por casualidad, descubrió las atrocidades del campo mientras cazaba en un bosque cercano. Su instinto lo llevó a investigar, y lo que encontró fue escalofriante: más de 900 niños y 3,000 adultos viviendo en condiciones infrahumanas, encadenados y sometidos a un ciclo de violencia y explotación.

Aunque el campo fue clausurado oficialmente en 1988, muchos de sus horrores continuaron bajo diferentes nombres y ubicaciones. En 2020, décadas después, las víctimas aún luchan por justicia. Sin embargo, el sistema judicial surcoreano ha mostrado una preocupante falta de acción, negándoles indemnización o reconocimiento por los daños sufridos.

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