A las cuatro de la madrugada, Ariel subió al viejo ascensor de su edificio. Pulsó el botón para ir al noveno piso, pero el elevador se detuvo en el séptimo, un piso vacío por remodelación .Las puertas se abrieron lentamente, y nadie subió. Antes de cerrarse, una voz susurró:
—¡Por fin me encontraste!
Ariel iba un poco cargado de alcohol y pensó que eran imaginaciones suyas. Pero luego miró el espejo del ascensor y vio su imagen sonriendo, aunque él no lo estaba. Al llegar a su apartamento en el noveno piso, el espejo se rompió de repente y un grito desgarrador se oyó en el edificio. Los vecinos alarmados se dirigieron a casa de Ariel, tenía la puerta abierta pero allí no había nadie. Su inquilino nunca más volvió a ser visto. Sobre la alfombra del salón había un enorme charco de sangre.
Continuará…
Fran Laviada