Me fallé cuando pensé que vivir de su amor era suficiente. Me fallé cuando comencé a cambiar mi tiempo, por el suyo; cuando decidí desvivirme para complacer a los demás.
Me fallé cuando comencé a pensar en otros y no en mí; cuando dejé de mirarme al espejo con respeto y solo me dediqué a criticar cada parte de mi .
De lo que era, de lo que signifiqué para mí.
Me fallé aquél día en el que le pedí quedarse a mi lado sin importar el daño que mi corazón sufrió. Me fallé cuando por decisión propia cambié mis noches por insomnios, mis sonrisas por lágrimas, mi alegría por tristeza. Allí me fallé, una y otra y otra y otra vez... Siempre yo.
Entonces un día lo comprendí, tan cruel como real. Y es que a mí nadie me rompió, yo me rompí sola... nadie me lastimó, yo dejé que lo hicieran. Siempre fuí yo, la que dejó de quererse a si misma, la que perdió su tiempo en un lugar en el que ya no existía más que recuerdos. Fuí yo la que dejó de vivir para sí misma. La que dejó sus libros, su bondad, su cuadernos llenos de frases, la que dejó a sus amigos, la que amó un vacío oscuro y sin salidas. Fuí yo, siempre yo.
Me fallé, y no me arrepiento. Del dolor, de las caídas, de levantarme, de un corazón roto. No me arrepiento de nada de ello excepto de una sola cosa; me arrepiento de haber esperado tanto para entenderlo. Para entender que nadie me salvará, porque yo puedo y debo hacerlo. Entender que nadie me aceptará, si yo no me acepto primero. Entender que mis sonrisas no le pertenecen a nadie más que a mí. Entender que si yo no me amo y valoro por siempre, entonces ¿Quién lo hará?
La vida es efímera, se desvanece. ¿El dolor? ¿La decepción? ¿la traición? Nos marca, pero solo nosotros decidimos si viviremos de el, o aprendemos a vivir con el, sabiendo que la herida que nos dejó, no nos derrumbó, al contrario; nos hizo fuertes.