¿Hablamos porque pensamos o pensamos porque hablamos?
Hace 2 días
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A menudo, nuestra intuición nos dice que nuestros pensamientos preceden a las palabras que usamos para expresarlos. Después de todo, no podemos hablar de algo si no lo hemos pensado antes, ¿verdad? Sin embargo, esta noción tan simple no explica toda la complejidad de la relación entre lenguaje y pensamiento .

¿Es posible que las palabras también moldeen cómo pensamos? Este dilema, tan intrigante como profundo, ha sido objeto de debate entre filósofos, lingüistas y psicólogos durante siglos.

Una famosa premisa de la novela 1984 de George Orwell nos muestra una distopía donde un régimen autoritario elimina palabras que van en contra de su ideología, con la intención de controlar el pensamiento de las personas. Esto nos lleva a preguntarnos: si elimináramos una palabra como “injusticia”, ¿seríamos incapaces de pensar que algo es injusto? El filósofo Wittgenstein dijo: "Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo", sugiriendo que nuestro lenguaje puede definir nuestra percepción de la realidad. Sin embargo, Shakespeare opinaba lo contrario, asegurando que una rosa olería igual de dulce, independientemente del nombre que le pongamos.

Entonces, ¿qué viene primero: el pensamiento o el lenguaje? La hipótesis del determinismo lingüístico, popularizada por el lingüista Benjamin Lee Whorf, afirma que el lenguaje no solo expresa el pensamiento, sino que lo determina. Aunque en su momento esta teoría se aplicó incluso a los Hopi, un pueblo nativo americano que no tiene una palabra para “tiempo”, investigaciones posteriores demostraron que su comprensión del concepto de tiempo no se ve limitada por la falta de esa palabra.

Pero, ¿y si el lenguaje influye de manera más sutil en nuestra percepción? Un estudio reveló que, en alemán, las personas describen las llaves como "duras" o "pesadas", mientras que los hispanohablantes las ven como "bonitas" o "pequeñas". La diferencia podría estar relacionada con el género gramatical de la palabra en cada idioma, y esto plantea una pregunta: ¿pueden nuestras palabras realmente alterar nuestra forma de pensar?

Jean Piaget, por ejemplo, argumentaba que el pensamiento es independiente y precede al lenguaje en los niños, quienes después integran el lenguaje en sus esquemas mentales. En cambio, Lev Vygotsky creía que el pensamiento y el lenguaje se desarrollan por separado, pero convergen a medida que los niños crecen y se retroalimentan mutuamente. Más recientemente, Noam Chomsky propuso que nacemos con una capacidad innata para aprender cualquier lenguaje, lo que ha sido respaldado por hallazgos como el descubrimiento de un gen relacionado con la adquisición del lenguaje.

El debate sobre si pensamos primero y luego hablamos, o si el habla y el pensamiento son inseparables, continúa siendo uno de los más fascinantes de la ciencia cognitiva. Sin embargo, un hecho es claro: aunque el pensamiento puede existir sin lenguaje, el lenguaje enriquece y complejiza nuestra capacidad para reflexionar sobre el mundo y organizarnos de manera más sofisticada. Para las personas sordas, por ejemplo, el aprendizaje temprano de un lenguaje de señas es crucial para un desarrollo cognitivo adecuado.

Lo cierto es que el lenguaje y el pensamiento parecen haber coevolucionado, en un proceso de retroalimentación en el que cada uno ha impulsado al otro a mayores niveles de complejidad. Y mientras que la pregunta sobre qué vino primero sigue sin respuesta definitiva, podemos estar seguros de que no es un simple dilema de causa y efecto, sino una danza profunda y compleja entre nuestra capacidad de pensar y las palabras con las que damos forma a ese pensamiento.

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