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"¿Te has preguntado alguna vez qué se oculta en las esquinas de la noche? Diego nunca pensó que un simple apagón cambiaría su vida para siempre. Lo que comenzó como un camino a casa se convirtió en un viaje aterrador a través de callejones oscuros y esquinas malditas, donde las sombras cobran vida, el cielo guarda secretos imposibles y las máscaras del terror se caen cuando menos lo esperas. Pero lo peor no siempre está afuera… a veces, el verdadero miedo está esperando al otro lado del espejo. ¿Te atreves a caminar con él?"
"Las esquinas del miedo"
POR
RelatosYMagia
Hace
2 días
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7 min.
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Era una noche cualquiera. El centro de la ciudad estaba lleno de luces y ruido .
Había música en las calles, gente riendo y el sonido de los vendedores ambulantes llamando a los transeúntes. De pronto, sin aviso alguno, todo se apagó.
Las luces, las voces, los sonidos... nada. Solo un oscuro y aterrador silencio.
Diego, un joven que había salido tarde del trabajo, quedó paralizado por un instante. Su celular apenas tenía batería, y no había manera de pedir ayuda. Miró hacia el largo camino que lo separaba de su casa. “Es solo una caminata…”, pensó. Pero algo en el aire le decía que no sería una noche normal.
Primera esquina: La figura deformada
El silencio fue roto por un leve zumbido. Las luces de los postes comenzaron a parpadear mientras Diego avanzaba lentamente. La penumbra entre cada parpadeo hacía que su imaginación le jugara malas pasadas. “Solo llega a la esquina, no mires atrás,” se dijo a sí mismo.
A unos metros, notó la figura de una persona bajo una de las luces. Parecía un hombre común, alto y delgado, con ropa desgastada.
— ¿Hola? —preguntó Diego con cautela, tratando de sonar tranquilo.
El hombre no respondió.
Cada vez que las luces parpadeaban, la figura cambiaba. Su cuerpo se retorcía, como si sus huesos se quebraran y su piel se tensara. Lo que antes era un rostro humano ahora era una mueca grotesca, con ojos hundidos y una sonrisa demasiado amplia.
— ¿Necesita ayuda? —preguntó Diego, aunque su voz temblaba.
La figura levantó una mano deforme y señaló hacia el camino. Luego dio un paso hacia él, con movimientos espasmódicos y un sonido áspero que brotaba de su garganta.
Diego retrocedió, el miedo apretándole el pecho. Las luces se apagaron por completo, y solo pudo escuchar un último gruñido antes de correr hacia la siguiente esquina.
Segunda esquina: El cielo lleno de terror
La calle estaba completamente a oscuras. Diego caminó despacio, su corazón latiendo como un tambor. Entonces escuchó el primer sonido: ¡PAM! ¡PAM! Balazos, secos y cercanos.
— ¿Qué demonios…? —susurró, deteniéndose en seco.
El sonido se hacía más fuerte, más insistente, pero no podía identificar de dónde venía. Miró a su alrededor, temblando, pero todo estaba vacío. De repente, un relámpago iluminó el cielo.
Primero vio un avión de combate, volando bajo, disparando hacia el suelo con furia. Los balazos resonaban como truenos, pero no había nadie más en la calle. Diego trató de moverse, pero sus piernas estaban congeladas.
Otro relámpago, y esta vez, algo más apareció. Una serpiente gigantesca, blanca como la nieve, serpenteaba por el cielo. Sus ojos rojos brillaban como brasas, y su cuerpo era tan inmenso que parecía envolver toda la ciudad.
El siguiente relámpago lo mostró más claro: la serpiente abrió sus fauces, dejando ver una oscuridad infinita. Cada relámpago hacía que pareciera más cerca, como si estuviera descendiendo sobre él.
— ¡No es real! ¡No puede ser real! —gritó Diego, corriendo sin dirección, pero los balazos y el rugido de la serpiente lo perseguían.
Cuando cruzó la esquina, todo desapareció. Solo quedaba el eco de su respiración y un sudor frío que le recorría la espalda.
Tercera esquina: La calle de Halloween
La decoración era lo primero que llamó su atención. Calabazas talladas, fantasmas colgantes y luces naranjas parpadeaban tenuemente. Pero había algo extraño en todo eso. Las figuras parecían moverse por el rabillo del ojo, aunque cuando Diego las miraba de frente, estaban quietas.
— ¿Es seguro pasar por aquí? —preguntó una voz ronca detrás de él.
Diego giró la cabeza bruscamente y vio a una anciana encorvada, con un chal negro que le cubría gran parte del rostro.
— Tengo miedo de cruzar sola… ¿Me acompañas?
— Está bien —respondió Diego, aunque algo en ella le provocaba un escalofrío.
Avanzaron juntos, pero el aire se hacía cada vez más pesado. Los adornos parecían observarlos, y los ruidos eran cada vez más perturbadores: pisadas que no eran las de ellos, risas infantiles que se desvanecían, susurros que venían de todas direcciones.
— No mires atrás —murmuró la anciana de repente.
— ¿Qué? —preguntó Diego, confuso.
— No mires atrás.
El corazón de Diego empezó a latir con fuerza. Sintió algo detrás de él. Una presencia pesada, fría. Cada paso que daba parecía acercarlo más a lo inevitable.
Al llegar a la última casa, Diego notó que la anciana se había detenido.
— Señora, ¿está bien?
Ella no respondió. Su figura comenzó a cambiar. El chal cayó al suelo, revelando un cuerpo monstruoso, con piel grisácea y garras que parecían cuchillos. Sus ojos, hundidos y negros, brillaban con una malevolencia inhumana.
— Gracias por acompañarme... hasta aquí —gruñó, antes de lanzarse hacia él con una velocidad sobrehumana.
El final: El reflejo extraño
Diego despertó en el suelo, jadeando, con las luces del centro nuevamente encendidas. La ciudad parecía normal, como si nada hubiera pasado. Miró a su alrededor, buscando algún rastro de lo que había vivido, pero no había nada.
Corrió a su casa sin detenerse, cerró la puerta con llave y trató de calmarse. Pero algo seguía mal. Fue al baño para lavarse la cara y miró su reflejo.
Su reflejo sonreía... y él no.
El reflejo levantó una mano y señaló hacia la puerta. Diego se dio la vuelta lentamente, temblando, mientras el eco de los susurros de las esquinas regresaba a su mente.
El final: El reflejo extraño
Diego despertó en el suelo, jadeando, con las luces del centro nuevamente encendidas. La ciudad parecía normal, como si nada hubiera pasado. Miró a su alrededor, buscando algún rastro de lo que había vivido, pero no había nada.
Corrió a su casa sin detenerse, cerró la puerta con llave y trató de calmarse. Pero algo seguía mal. Fue al baño para lavarse la cara y miró su reflejo.
Su reflejo sonreía... y él no.
El reflejo levantó una mano y señaló hacia la puerta. Diego se dio la vuelta lentamente, temblando, mientras el eco de los susurros de las esquinas regresaba a su mente.
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