El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados. El viento soplaba suavemente entre los árboles, como si intentara consolar a los que se quedaban .
Había sido un día como cualquier otro, o al menos lo había sido hasta que él apareció de nuevo. Habían pasado meses desde que Marcos se había ido, dejando un vacío que parecía imposible de llenar. A pesar de las palabras de consuelo de sus amigos y familia, Elena sabía que nada podría reparar lo que había quedado atrás. Su amor, tan intenso y lleno de promesas, se había desvanecido como la marea que se aleja, llevándose consigo las huellas que dejaron sus pasos juntos.
Esa tarde, él apareció en su vida otra vez, como si nunca se hubiera ido. No era la primera vez que sus caminos se cruzaban desde su adiós, pero esta vez era diferente. Marcos parecía más maduro, menos impulsivo, con esa calma que solo el tiempo puede otorgar. Sus ojos, sin embargo, seguían reflejando la misma tristeza que había marcado el final de su historia. Elena sintió cómo el peso de su presencia la invadía, trayendo consigo una mezcla de nostalgia y arrepentimiento.
—He vuelto —dijo él, su voz más suave de lo que recordaba.
Elena no supo qué responder. Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, como si su corazón se negara a dejarlas salir. ¿Qué podía decirle a alguien que la había dejado atrás, sin explicaciones, sin un adiós? La verdad era que nunca había dejado de amarlo, pero también sabía que no podía seguir esperando a alguien que no estaba dispuesto a quedarse.
—¿Por qué volviste? —preguntó finalmente, mirando al mar para evitar su mirada.
Marcos respiró hondo, dando un paso hacia ella.
—No lo sé. Tal vez porque el viento me trajo hasta aquí. Tal vez porque nunca te dejé ir, a pesar de que me fui.
Elena cerró los ojos, sintiendo el viento acariciar su rostro. Era como si el mar mismo la estuviera empujando a tomar una decisión, a enfrentarse a lo que había quedado atrás. No podía seguir viviendo en el pasado, atrapada entre los recuerdos de un amor que se había desvanecido con el tiempo.
—El viento también me ha traído hasta aquí —respondió con voz firme—, pero ya no eres la misma persona que conocí. Y yo tampoco lo soy.
Marcos la miró en silencio, como si sus palabras fueran un golpe que no esperaba. El tiempo había cambiado las cosas, y ya no había lugar para arrepentimientos ni segundas oportunidades.
Con un suspiro, Elena dio la vuelta, caminando hacia la orilla, dejando atrás a Marcos y todo lo que había sido. Sabía que no lo olvidaría, pero también sabía que la despedida había llegado, y que era hora de soltar.
Mientras avanzaba, una ráfaga de viento levantó su cabello y lo dispersó por el aire, como si el propio viento quisiera ayudarla a liberar el amor que había guardado durante tanto tiempo. Miró al cielo una última vez, y en ese instante, entendió que algunas despedidas no necesitan palabras, solo un viento que las lleve lejos.
Y así, entre el murmullo del mar y el viento que acariciaba su piel, Elena siguió su camino, dejando atrás un capítulo que, aunque aún palpitaba en su corazón, ya no tenía cabida en su futuro.
El viento había hecho su trabajo. Y ella, al fin, era libre.