La casa estaba en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido en un instante que ya no existía. La luz del atardecer se colaba por la ventana rota, tiñendo de naranja las paredes que alguna vez fueron el refugio de risas y susurros .
Clara se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas, mirando la mesa que antes compartían. En la esquina, un marco de fotos mostraba una imagen de los dos sonriendo en una tarde cálida, justo antes de que todo se desmoronara. Esa foto parecía una mentira ahora, una ilusión que ya no encajaba con lo que había quedado.
Se había ido sin decir nada. No hubo explicaciones, ni lágrimas, solo un teléfono apagado y una puerta cerrada de golpe. Esa ausencia había sido la más cruel de todas, porque no había dejado huellas visibles, ni palabras. Solo un espacio vacío donde antes estaba él.
Los días se volvían interminables, y el recuerdo de su rostro la atormentaba en la quietud de la noche. Clara quería entender por qué se había ido, por qué no lucharon por lo que una vez tuvieron. Pero las respuestas no llegaban, solo el eco de sus propias preguntas sin respuestas.
Recordó cuando se conocieron, cuando las palabras eran fáciles y el amor parecía infinito. Se reían de todo, incluso de lo que no tenía sentido. Parecían invencibles. Pero los días pasaron, las palabras se volvieron más escasas, y la distancia entre ellos creció sin previo aviso. Nadie lo notó hasta que ya era demasiado tarde.
Cada rincón de la casa le recordaba algo que había perdido. La taza de café que él siempre dejaba a medio beber, la chaqueta que nunca colgaba en su lugar, el olor a su perfume que aún quedaba flotando en el aire. Todo hablaba de su presencia, y a la vez, de su ausencia.
Al principio, Clara se engañó a sí misma, pensando que él volvería, que las palabras que nunca dijeron serían dichas algún día. Pero pasaron las semanas, y el vacío se hizo más grande. El vacío dentro de ella, que ni siquiera el espacio que ocupaba él podía llenar.
Miró su teléfono, esperó alguna notificación, algún mensaje, algo. Pero solo encontró silencio. El silencio de un amor que se había desvanecido sin dejar rastro. El silencio de un adiós que nunca fue dicho.
"¿Por qué?", susurró al viento, como si las palabras pudieran regresar lo perdido.
Pero no regresaban. No importaba cuántas veces lo preguntara.
La verdad era que ya no quedaba nada. No había más amor entre ellos, ni promesas incumplidas. Solo quedaban cuerpos ausentes, corazones vacíos.
Clara se levantó, con el corazón aún roto pero con una nueva comprensión de lo que quedaba. Nada. Solo el camino hacia adelante, sin mirar atrás.
La casa seguía en silencio, pero ahora era su silencio. Y en él, comenzaba a encontrar su paz.