Cada rincón de la casa estaba envuelto en silencio, como si el tiempo hubiera decidido detenerse en este lugar. Las paredes, antes adornadas con risas y promesas, ahora solo susurraban ecos de lo que alguna vez fue .
Elena caminaba lentamente por el pasillo, sus pasos resonando en la madera como una melodía triste. Sus manos, que alguna vez habían estado entrelazadas con las de él, ahora se deslizaban por los objetos que compartieron: una fotografía, un libro, una carta que había quedado olvidada en una mesa. Todo parecía pertenecer a otro tiempo, a otro mundo.
Se detuvo frente a la ventana. Afuera, el viento se movía con fuerza, arrastrando hojas secas que volaban sin rumbo. Al igual que su amor, que ya no tenía dirección, que había llegado a su fin de forma tan silenciosa como las hojas llevadas por la tormenta.
Recordó el primer encuentro, esa chispa instantánea que encendió algo en su pecho. Se habían reído juntos, compartido sueños y promesas de un futuro en el que todo era posible. Pero el tiempo, implacable y cruel, fue desgastando esos sueños hasta convertirlos en sombras difusas.
Él ya no la miraba de la misma manera. Ya no había esa complicidad en los pequeños gestos ni esa ternura en las palabras. La rutina, las preocupaciones, las distancias que crearon sin siquiera darse cuenta… Todo contribuyó al lento y doloroso proceso de desvanecerse.
El último suspiro del amor llegó una noche, en la que las palabras ya no eran suficientes para reparar lo irremediable. Ella lo miró, buscando en sus ojos esa chispa que una vez fue tan brillante, pero solo encontró vacío. Fue un adiós sin despedidas, una separación silenciosa que se apoderó de sus corazones antes de que pudieran entenderlo.
Elena cerró los ojos y respiró hondo, como si pudiera absorber la tristeza que la envolvía. Sabía que todo había cambiado, pero aún no lograba comprender cómo había llegado a este punto. ¿Dónde se había perdido todo lo que alguna vez compartieron?
Con un suspiro, se acercó a la puerta que daba al jardín, un espacio que solía ser suyo, de ambos. Pero ya no. Ahora solo quedaban recuerdos atrapados entre las ramas y las flores marchitas.
"Es el último suspiro", pensó. "El último aliento de lo que fuimos."
Y al dar ese paso, dejando atrás todo lo que una vez fue suyo, comprendió que el amor no siempre tiene un final lleno de lágrimas. A veces, es solo un suspiro, una exhalación de lo que ya no puede ser. Un adiós que llega sin previo aviso, sin drama, solo con la paz de saber que lo mejor ya pasó.
El último suspiro del amor fue, al final, lo más sereno que pudo haber sido.