Silencio que grita: El peso de tu indiferencia
Hace 2 días
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sol se ponía lentamente, tiñendo el cielo de tonos cálidos, pero en mi pecho había una fría oscuridad. Sentada en el borde de la cama, miraba el teléfono en mis manos, esperando una notificación tuya .

Hace días que no te había escuchado, y el silencio me ahogaba más que tus palabras. El mismo teléfono que antes vibraba constantemente con tus mensajes, ahora era solo una pantalla vacía.


Recuerdo la primera vez que nos conocimos, cómo tus ojos brillaban con una energía que no podía ignorar. Cada conversación, cada risa, cada toque parecía ser un suspiro que me acercaba más a ti. Pero, como todo en esta vida, las cosas cambian. La emoción se fue desvaneciendo, y lo que alguna vez fue una conexión profunda comenzó a sentirse como un peso sobre mis hombros.


Al principio, te enviaba mensajes sin parar, esperando que tus respuestas fueran lo que me aliviara el alma. Pero comenzaron a llegar tarde, luego sin la misma calidez, hasta que finalmente las respuestas se hicieron cada vez más escasas. Me decía a mí misma que tal vez era un mal día para ti, o que simplemente estabas ocupado. Pero con el tiempo, las excusas ya no se sentían tan creíbles.


Me quedaba esperando, con la esperanza de que, tal vez, mañana las cosas cambiarían. Pero no cambió nada. Un día, simplemente dejaste de contestar. No hubo explicaciones, ni despedidas, solo el silencio ensordecedor que quedó entre nosotros.


El peso de tu indiferencia se hizo insoportable. Cada mensaje no enviado, cada silencio que se alargaba, era una carga más que arrastraba mi corazón. Intenté seguir adelante, pero lo que dolía más no era tu ausencia, sino tu elección de no importarte. Eso me desgarraba por dentro, más que cualquier palabra hiriente.


En cada rincón de la casa, los recuerdos de lo que fue nos acosaban. La taza de café que tomábamos juntos por las mañanas, la manta que siempre compartíamos en las noches frías... ahora, todo estaba vacío. Yo, sentada en ese mismo lugar donde reíamos, ahora solo me quedaba con el eco de mi propia voz, preguntándome qué había hecho mal, qué había cambiado.


El amor, pensé, no debería ser tan complicado. No debería depender de la constante validación de otro ser. Pero aquí estaba yo, esperando que algún día regresaras, esperando que esa chispa de amor que compartimos volviera a encenderse.


Y mientras me ahogaba en esa espera interminable, entendí algo. El amor no siempre se encuentra en lo que recibimos, sino en lo que somos capaces de dejar ir. Tal vez no podía cambiar tu indiferencia, pero sí podía liberarme de su peso. Tenía que aprender a caminar sin esperar que tu sombra me siguiera.


Esa noche, con el corazón roto pero más fuerte que antes, apagué la luz. Me levanté de la cama, guardé mi teléfono y decidí que ya era hora de soltar. Bajo el peso de tu indiferencia, finalmente encontré la libertad para seguir adelante, aunque fuera sin ti.


Y así, el silencio ya no dolía tanto.

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