Siempre pensé que el amor era algo que se construía con el tiempo, algo que crecía entre risas, miradas cómplices y promesas que parecían inquebrantables. Estaba segura de que el nuestro era un amor sólido, uno de esos que la gente envidiaba al vernos caminar juntos, abrazados, como si el mundo no pudiera tocarnos .
Al principio, fue todo normal. Las conversaciones no tenían fin, los días pasaban volando, y la rutina se volvía algo delicioso porque lo compartía con él. No necesitábamos mucho más: una tarde lluviosa, un café caliente y la presencia del otro. Así era nuestro mundo.
Pero las primeras señales llegaron sutilmente. Un silencio en medio de una charla que antes nunca existía. Una mirada distraída cuando yo le hablaba de mis sueños, de lo que había aprendido en el día. Al principio, lo ignoré. Pensé que era solo cansancio, que la vida tenía sus altibajos, y que solo necesitábamos tiempo para encontrar de nuevo el equilibrio.
Sin embargo, los días comenzaron a alargarse como sombras. Ya no era fácil encontrar ese brillo en sus ojos cuando nos cruzábamos. Sus caricias parecían menos sinceras, sus palabras más vacías. Pero, como todos, traté de seguir. Traté de aferrarme a lo que quedaba, a lo que alguna vez fue perfecto. Y a veces, lo conseguía, como si el amor estuviera escondido detrás de una pared invisible, esperando a ser descubierto nuevamente.
Luego vino el día en que dejó de aparecer en la puerta de casa. No hubo discusiones, no hubo gritos, solo una desconexión tan profunda que ni siquiera podía reconocerlo. Cuando le pregunté si algo estaba mal, me miró con una expresión que nunca había visto antes, como si no supiera qué decir. "No es nada, solo estoy cansado", me dijo. Y yo, en mi desesperación, creí que el tiempo lo arreglaría.
Pero no lo hizo. Con el paso de los días, esa distancia se fue haciendo más grande, hasta que ya no podía ignorarla. El silencio se convirtió en nuestra compañía constante, y cuando hablamos, las palabras no tenían peso. Un día, me dijo que necesitaba tiempo para "pensar", pero sus ojos ya no reflejaban el amor que alguna vez compartimos. Y fue ahí cuando entendí que el amor que creí que nunca terminaría, se había ido, sin aviso, como una corriente fría que se lleva todo a su paso.
No hubo despedidas dramáticas ni promesas rotas. Simplemente se desvaneció, como si nunca hubiera existido, dejando solo el eco de lo que alguna vez fue. El amor se fue sin aviso, y yo me quedé con el vacío, preguntándome si alguna vez lo había tenido realmente.
Ahora, miro atrás y solo puedo ver las huellas de lo que fuimos. Las canciones que compartimos, los sueños que construimos, todo parece tan lejano, como si hubiera sido una vida diferente. Y aunque el amor se fue sin aviso, lo que quedó en mí sigue siendo parte de mí, recordándome que a veces, los amores no se pierden con gritos o dramas, sino en la calma silenciosa de una despedida no pronunciada.