Adiós en Cada Suspiro
Hace 3 días
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Las primeras semanas fueron las más difíciles. El sol aún parecía brillar con la misma intensidad, pero yo ya no lo veía igual .

Cada rincón de mi habitación estaba impregnado de tu ausencia, cada recuerdo de tus palabras resonaba en mi mente, aunque tratara de callarlo. Y entonces, al principio, te esperaba. Sin querer, mi corazón aún latía por ti, como si creyera que en cualquier momento regresarías a mi lado.


Recuerdo las tardes sentadas frente a la ventana, buscando señales de tu regreso, esperando una llamada, un mensaje, cualquier cosa que me dijera que aún quedaba algo por nosotros. Pero los días se convertían en semanas, y las semanas en meses. Comencé a darte por perdido, aunque el dolor aún me quemaba por dentro. Había algo tan incierto en tu adiós. Te fuiste, pero no dijiste nada claro. Solo una despedida fugaz, sin explicaciones ni promesas.


Pasaron los días y, poco a poco, me fui acostumbrando al silencio. Al principio, era insoportable. Pero luego, lo entendí. La paz comenzó a invadir mi vida, aunque fuera de una manera solitaria. Ya no te esperaba. Dejé de revisar mi teléfono cada cinco minutos, dejé de recorrer los lugares en los que solíamos encontrarnos, dejé de imaginar que podrías regresar. El tiempo empezó a curar las heridas, a borrar los recuerdos, y, aunque eso me asustaba, sentí que era lo único que podía hacer para sobrevivir.


Había días en los que caminaba por la ciudad, con la cabeza erguida y la mente ocupada, y de repente me sorprendía pensando en ti, pero ya sin esa necesidad desesperada de verte. Pensaba en cómo tus promesas se desvanecieron con el viento, cómo tus palabras se convirtieron en ecos distantes, y cómo, finalmente, me liberé del peso de tu ausencia.


Un día, al caminar por el parque donde nos conocimos, me detuve frente al banco en el que te confesé por primera vez que te quería. Allí, entre los árboles y el murmullo del viento, me di cuenta de algo: ya no te esperaba. El amor que una vez sentí por ti ya no me dolía, ya no me arrancaba suspiros. Había crecido. Había aprendido a dejarte ir, y con eso, aprendí a abrazar mi propia libertad.


Te imaginé en otro lugar, con otras personas, viviendo otras historias. Y entonces entendí que había llegado el momento de dejarte en el pasado, en ese capítulo de mi vida que ya no necesitaba reabrir. Ya no te esperaba, ya no había más lágrimas por derramar, solo la quietud que trae la aceptación. El futuro me aguardaba, y yo, por fin, estaba listo para vivirlo sin ti.


Así, con la mirada fija en el horizonte, di un paso hacia adelante. Un paso que, aunque incierto, ya no tenía miedo de dar. Y por primera vez en mucho tiempo, sonreí.

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