Miradas que dicen adiós
Hace 2 días
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Cada vez que Laura miraba a Pablo, un adiós no pronunciado flotaba entre ellos, una despedida que no se podía ver, pero que estaba presente en cada gesto, en cada palabra que ya no se decía. Habían compartido risas, caricias y promesas, pero el amor había comenzado a desvanecerse como el sol al final del día, dejándolos atrapados en una noche silenciosa.


Las tardes que antes eran de caminatas sin rumbo, ahora se volvían largas y cargadas de incomodidad .

Laura solía buscar sus ojos, esos que una vez brillaron con la promesa de un futuro juntos, pero ahora solo encontraba vacíos. Pablo, por su parte, intentaba mostrar interés, pero sus palabras se deslizaban como agua entre sus dedos, sin conectar con el corazón de Laura.


Una tarde, mientras caminaban por el parque donde todo había comenzado, Laura vio cómo Pablo miraba al frente, como si estuviera observando un futuro que no compartían. En ese momento, comprendió que cada mirada suya estaba llena de despedidas que aún no se habían materializado. No había rencor, solo una triste aceptación de lo inevitable.


—¿Pablo, alguna vez sentiste que esto no iba a durar? —preguntó Laura con voz suave, mirando al suelo, como si sus palabras pudieran deshacer lo que ya estaba roto.


Pablo la miró, pero sus ojos ya no contenían el calor que alguna vez los había llenado. Solo había un reflejo de nostalgia, una chispa tenue que se apagaba a cada segundo.


—Lo supe, en el fondo lo supe —respondió él, casi en susurro—. Pero nunca supe cuándo era el momento de decirlo. El amor ya no está aquí, Laura. Lo que quedaba, ya se fue.


Ella asintió, sintiendo que la verdad era un peso que caía lentamente sobre su pecho. Sabía que él tenía razón. A veces, el amor no se va de golpe, sino que se desvanece de manera silenciosa, sin hacer ruido, hasta que un día te das cuenta de que ya no queda nada.


Los dos se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Los árboles del parque se mecen suavemente con el viento, como si quisieran consolar a los dos corazones rotos que caminaban uno al lado del otro, separados por una distancia invisible pero palpable.


—¿Tú crees que alguna vez podremos volver a ser amigos? —preguntó Laura, más por costumbre que por esperanza.


Pablo la miró una última vez, sus ojos ya no tan lejanos, pero igualmente fríos.


—No lo sé. A veces, las despedidas son tan profundas que no dejan espacio para nada más.


Con esas palabras, Pablo dio un paso atrás, como si la distancia física fuera la forma más fácil de alejarse emocionalmente. Laura observó cómo se alejaba, y en ese momento entendió que no importaba cuántas veces sus miradas se cruzaran en el futuro; lo que una vez fue amor, ya no existía.


El parque se convirtió en un refugio para sus recuerdos, pero en su corazón, Laura supo que ese adiós estaba marcado en cada mirada, en cada palabra no dicha. Y aunque no lo entendiera completamente, aceptó que algunos amores simplemente deben irse, uno detrás del otro, con el mismo silencio que los había unido.


Y así, en la última mirada, ambos dijeron adiós.

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