Ser artista es una experiencia profunda y compleja, marcada por una relación de amor-odio con lo que más amas: el arte. Imagina estar completamente enamorado de algo que te consume, te agota y te hace sentir vulnerable, pero que, a pesar de todo, no puedes dejar ir .
El arte exige mucho: tiempo, esfuerzo, dinero, y a veces hasta tu salud y bienestar. Te hace perderte en el proceso, enfrentarte a inseguridades, miedos y dudas constantes. Pero, al mismo tiempo, te da la vida. Es una lucha interna, una catarsis, una forma de sanación. En cada obra, canalizas tus frustraciones, tus deseos más profundos y tus emociones más complejas, expresándote sin miedo a ser juzgado. La creación no es solo una acción, es un viaje de autodescubrimiento, de aceptación, de restauración.
El sacrificio, la frustración, la incertidumbre: todo esto es parte del proceso creativo. Sin embargo, es en esos momentos de duda, de caída, donde el arte se convierte en un refugio, una razón para seguir luchando, para no rendirse. Cada obra, aunque no perfecta, es un paso más en el camino de crecimiento, en la evolución constante que define la vida del artista.
A pesar de la inseguridad y la aparente falta de reconocimiento, lo que realmente importa no es el resultado final, sino el proceso: la entrega total, el seguir creando, el seguir buscando y soñando. El arte no se trata de alcanzar la perfección o de ser validado por otros, sino de ser fiel a uno mismo, de seguir explorando y creciendo.
Ser artista es un viaje constante de sacrificio y descubrimiento, de lucha y sanación. Y aunque el camino esté lleno de dificultades, lo que el arte te da a cambio es invaluable: te enseña a ver el mundo, sí, pero más importante aún, te enseña a ver quién eres realmente. A través del arte, no solo te encuentras a ti mismo, sino que te transformas. Y esa transformación es la verdadera magia de ser un artista.
