En un mundo donde parece que todos siguen el mismo camino, puede ser fácil caer en la trampa de pensar que nuestras ideas deben encajar en un molde preestablecido para ser exitosas. Tal vez piensas que todo lo que haces debe ser "revolucionario", que cada proyecto debe ser tan grande que cambie el curso de la historia .
Uno de los mayores obstáculos que enfrentamos al ser creativos es el juicio prematuro. A menudo, nuestras ideas mueren antes de tener la oportunidad de nacer. Nos adelantamos a los hechos, las descartamos por miedo al fracaso o porque no se ajustan a lo que otros consideran "exitoso". Pero, ¿y si liberáramos esa presión? ¿Y si dejáramos que nuestras ideas tuvieran el tiempo de crecer, de evolucionar, de sorprendernos?
Hace poco, un pequeño viaje a un pueblo tranquilo me recordó lo importante que es permitirnos ser espontáneos. No tenía un plan claro, pero sabía que quería crear algo. No importaba si no era innovador o si no seguía las reglas que todos parecen seguir. A veces, la verdadera magia ocurre cuando te dejas llevar por el flujo, cuando no tienes miedo de hacer algo sin tener la certeza de que será perfecto.
La creatividad no tiene que ser perfecta, ni tiene que estar basada en lo que otros esperan de nosotros. La verdadera creatividad radica en explorar, en jugar, en dejar que las ideas fluyan sin juzgarlas demasiado pronto. Es esa curiosidad innata, esa alegría de crear por el simple hecho de hacerlo, lo que nos impulsa a seguir adelante. Y es este proceso el que, a largo plazo, nos hace mejores y más auténticos en lo que hacemos.