La tormenta que dejó su amor hecho pedazos
Hace 3 días
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Era una tarde gris cuando Claudia llegó a la vieja cafetería que solía frecuentar con Andrés. Las paredes, manchadas por los años, parecían guardar los susurros de sus conversaciones pasadas, sus risas y las promesas que, ahora, se sentían tan lejanas.


Se sentó en la mesa del rincón, la misma donde solían hacer planes para el futuro .

Con una taza de café entre las manos, miró la ventana empañada por la lluvia. Cada gota que caía sobre el cristal parecía ser un recordatorio de cómo su amor se había ido desmoronando, como la tierra que se agrieta después de una tormenta.


Andrés había sido su todo, su compañero en los días soleados y también en los nublados. Se conocieron en la universidad, cuando todo era nuevo, cuando el futuro aún parecía una promesa. No había duda alguna en su corazón, pensaba que siempre estarían juntos. Pero los días pasaron, y las grietas comenzaron a aparecer.


Al principio fueron pequeñas, casi imperceptibles: una palabra olvidada, un gesto ausente, la falta de tiempo. Pero poco a poco esas grietas se hicieron más grandes, hasta que ya no podían ignorarlas. Las discusiones se convirtieron en rutina, las miradas en hielo y los silencios en grilletes. Claudia sabía que algo estaba cambiando, pero se aferró a la esperanza, pensando que el amor, de alguna manera, arreglaría todo.


La última vez que lo vio, fue en una despedida que no parecía una despedida. Estaban en su apartamento, rodeados de cajas y muebles vacíos, mientras el sol se ponía lentamente en el horizonte. Andrés, con la mirada perdida, le dijo que ya no podía más, que el amor ya no era suficiente para sostener lo que quedaba de ellos. Claudia, con el corazón hecho pedazos, asintió en silencio. No sabía si debía llorar o agradecerle por no arrastrarla más tiempo en esa relación rota.


Se levantó de la mesa del café y caminó hacia la puerta. Aún sentía su presencia a su lado, su risa resonando en cada rincón. Pero al abrir la puerta, se dio cuenta de que lo único que quedaba de él eran los recuerdos, y esos, aunque dolorosos, eran suyos para siempre.


Claudia había aprendido que el amor no siempre es eterno, y que a veces, es necesario dejar ir para sanar. Las grietas de su corazón seguirían allí, pero con el tiempo, aprendió a vivir con ellas, a no temerles. Después de todo, entre las grietas de un amor roto, es donde las personas aprenden a reconstruirse.




 

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