Cada rincón de la casa estaba impregnado de tu esencia. El aire, la luz que se colaba por la ventana, las sábanas arrugadas en la cama… todo parecía hablar de ti, incluso cuando ya no estabas .
Era extraño, cómo el tiempo parecía haberse detenido el día en que decidiste partir. Las horas se alargaban sin sentido, como si el sol nunca se hubiera puesto, como si el reloj no avanzara. Al principio, pensaba que tal vez aún te encontraría en algún lugar, que tus huellas seguirían frescas, pero pronto me di cuenta de que esas huellas eran solo mías, rastros de un amor que ya no existía.
La primera vez que me di cuenta de lo que habías dejado atrás fue al encontrar una carta sin abrir, escondida entre las páginas de un libro. Estaba escrita con tu letra, pero no era la misma que solías usar cuando me escribías mensajes llenos de cariño. Esta carta estaba fría, distante, como si te hubieras despedido sin decir adiós. En sus palabras no había promesas, solo una frase simple: "Te dejo mis huellas, pero ya no soy la misma".
Al leerla, las lágrimas comenzaron a caer sin control. Me di cuenta de que esas huellas, las que tú dejaste, ya no estaban hechas de amor, sino de despedida. Eran marcas invisibles que se hacían más profundas cada día, dejando una sensación de vacío que no podía llenar ni el más fuerte de los recuerdos.
Pasaron los días, y la casa se fue vaciando de tu presencia. Ya no quedaban tus zapatos junto a la puerta, ni tu perfume en el aire. Los objetos, que antes parecían contar nuestra historia, ahora se sentían ajenos, como si pertenecieran a otro tiempo. Sin embargo, las huellas que dejaste atrás seguían allí, no en los objetos, sino en mí. En cada rincón de mi ser, en cada pensamiento, en cada suspiro. Un eco lejano de lo que alguna vez fuimos.
Aprendí a vivir con esas huellas, a reconocerlas en mis momentos de soledad, cuando el dolor se hacía más presente y la ausencia se volvía insoportable. Las huellas que dejaste atrás no eran solo recuerdos de un amor perdido, sino la marca de lo que alguna vez creímos ser. Ya no éramos quienes nos conocimos, ni quienes soñaron juntos.
El tiempo no borra las huellas, me di cuenta. Lo único que hace es enseñarnos a caminar de nuevo, a aprender a seguir adelante, aunque las marcas del pasado sigan acompañándonos. Así, a pesar de que el rastro de tu amor se desvaneció con el tiempo, las huellas que dejaste atrás siempre serán una parte de mí.
Quizás, algún día, las huellas se desvanecerán por completo, pero hasta entonces seguiré caminando, aprendiendo a caminar sin ti, con la certeza de que, aunque no estés, tu presencia sigue viva en las huellas que dejaste atrás.