Hace años, Clara y Samuel compartían todo. La vida, los sueños, y hasta las pequeñas locuras de la cotidianidad .
Pero, como ocurre con muchas historias, la felicidad fue efímera. A medida que los meses pasaron, sus corazones comenzaron a seguir caminos diferentes, aunque nadie lo hubiera admitido al principio. El amor, que alguna vez brillaba tan fuerte como una estrella, comenzó a desvanecerse lentamente, perdido entre las sombras de la rutina y los silencios no resueltos.
Clara nunca olvidó el momento exacto en que las palabras que antes se decían sin esfuerzo empezaron a costar. Las risas dejaron de ser naturales y las conversaciones, que alguna vez fluían como un río, se transformaron en monólogos solitarios. Samuel, siempre absorto en su trabajo, dejó de mirar a Clara como lo hacía antes, y ella, aunque lo intentaba, no lograba recuperar esa chispa que una vez los unió.
Una noche, cuando la oscuridad ya cubría la ciudad, Clara decidió que era hora de enfrentar la verdad. Samuel la miraba desde el otro lado de la habitación, pero sus ojos ya no reflejaban la complicidad de antaño. La distancia se había hecho insostenible.
"¿Qué nos pasó?", preguntó Clara, con la voz quebrada, pero decidida. Samuel se levantó lentamente, como si todo lo que había guardado durante meses estuviera a punto de desbordarse. No podía responder, no de inmediato. La respuesta estaba en sus ojos, en su silencio.
El adiós fue silencioso, casi como si nunca hubiera sucedido. No hubo lágrimas ni promesas rotas. Solo una simple despedida entre los dos, en un cuarto lleno de recuerdos que se desvanecían con cada paso que daba Clara hacia la puerta. El amor, ese amor tan intenso, se había perdido entre las sombras de lo que ya no eran.
Los días después de su partida fueron oscuros para Clara. Caminaba por las calles sin saber exactamente qué hacer con su corazón roto. Cada rincón le recordaba a Samuel, y cada callejón parecía susurrarle que algo se había roto irremediablemente. Pero lo peor de todo no fue el vacío, sino la sensación de que ese amor, que parecía tan verdadero, había sido solo una ilusión que se desvaneció cuando las sombras de la indiferencia tomaron el control.
El tiempo pasó, y Clara intentó sanar, a su manera. Aunque nunca olvidó a Samuel, aprendió a vivir con su recuerdo, a llevarlo con ella sin que le pesara tanto. El amor perdido quedó atrás, entre las sombras de un pasado que no podía recuperar, pero que tampoco podía dejar ir por completo.
Un día, mientras paseaba por el mismo café donde se habían conocido, Clara sintió que, por primera vez, el amor ya no era una carga. En sus manos, el café caliente parecía reconfortarla, mientras las sombras de su corazón se desvanecían, por fin, en la luz de un nuevo comienzo.