Había algo en el aire esa tarde, como si el mundo estuviera suspendido entre un suspiro y un latido. Las calles estaban tranquilas, el cielo gris y sin promesas de lluvia .
La distancia había comenzado a infiltrarse en su relación hacía meses, cuando él aceptó aquel trabajo en la otra ciudad. Al principio, ambos se habían prometido que no importaría. Las llamadas diarias, las visitas cada dos semanas, y el amor que prometían mantener fuerte. Pero con el tiempo, las promesas empezaron a desmoronarse, como el castillo de arena que, por más cuidado que se le diera, siempre terminaba siendo arrasado por las olas.
Marta cerró los ojos por un momento, recordando cómo se sentía al principio. Cada despedida en la estación de tren se sentía como un pequeño pedazo de su alma quedándose atrás. Pero había esperanza en sus palabras, en sus caricias al despedirse. Sin embargo, las llamadas se fueron haciendo más cortas, las conversaciones más superficiales. Al principio no lo notó, o quizás lo ignoró, aferrándose a la ilusión de que todo estaba bien.
Pero esa tarde, el silencio era abrumador. Lucas ya no respondía sus mensajes, no contestaba las llamadas. Marta sentía cómo el espacio entre ellos crecía, como un abismo silencioso que los separaba cada vez más. Recordó el último beso, el último abrazo antes de que se fuera. Era como si todo hubiera perdido sentido después de esa despedida.
La incertidumbre se convirtió en su compañera más constante. Ella temía preguntar, temía confrontar. Sabía que la verdad, aunque dolorosa, estaba acechando. ¿Cómo enfrentarse a una verdad que tal vez ya conocía pero no quería aceptar? ¿Cómo admitir que la distancia había ganado la batalla, destruyendo lo que un día fue un amor lleno de promesas?
Esa noche, Marta decidió escribirle. No era una carta de despedida, no al menos en las palabras exactas, pero sí un adiós silencioso, uno que venía desde el fondo de su corazón, sin necesidad de explicaciones. "Lucas, no te culpo por lo que ha pasado, ni a ti ni a mí. La distancia nos fue alejando de a poco, y aunque ambos intentamos sostener lo que quedaba, no era suficiente. Quizás nunca lo fue. Te deseo lo mejor, siempre lo he hecho. Y aunque te quiero, es momento de soltar. Tal vez algún día nos encontremos en otro momento, en otro lugar, sin que nos pese lo que dejamos atrás."
Envió el mensaje, y se recostó en su cama, mirando el techo. No hubo respuesta, y eso estaba bien. Al menos había dicho lo que necesitaba. La distancia, esa distancia que al principio parecía un pequeño obstáculo, los había destruido de manera silenciosa y definitiva. Y aunque su corazón aún dolía, Marta sabía que era hora de seguir adelante.
El reloj marcó las 2:00 a.m., y por primera vez en mucho tiempo, Marta se sintió en paz. Quizás, algún día, cuando las heridas sanaran, ella podría mirar atrás y entender que algunas relaciones, aunque hermosas en su momento, no están hechas para durar. La distancia, esa misma que los separó, también había servido para que se encontraran con ellos mismos.