El sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. Clara se encontraba sentada en la ventana de su antigua casa, mirando al horizonte sin realmente verlo .

Habían sido felices, al principio. Rían juntos, soñaban sobre el futuro, hacían planes que nunca llegaron a concretarse. Pero todo cambió en el momento en que la distancia, primero física y luego emocional, comenzó a abrir un abismo entre ellos. Las palabras que antes eran suaves y llenas de promesas ahora se habían convertido en murmullos vacíos.

Clara recordaba la última vez que se vieron. Estaba lloviendo, y él, con su típica sonrisa tímida, la había abrazado como si estuviera intentando aferrarse a algo que ya sabía que se estaba escapando. "Te quiero", le había dicho, pero el tono en su voz no sonaba tan seguro como siempre. Ella, en su mente, lo había creído en ese momento. Pero ahora, años después, se preguntaba si realmente había sentido lo mismo o si solo le había dicho esas palabras por costumbre.

El tiempo pasó, y mientras las estaciones cambiaban y la ciudad de Clara se llenaba de nuevas caras y nuevas historias, su relación con Daniel se fue desvaneciendo. Primero fueron los pequeños detalles: una llamada que no llegaba, un mensaje sin respuesta. Luego las ausencias se volvieron definitivas. Y cuando Clara intentó recordar las razones por las que se separaron, lo único que encontró fue una sensación vaga, como una niebla que no permitía ver con claridad.

Su corazón ya no dolía tanto, y eso le asustaba. ¿Era eso el olvido? ¿El abandono de algo que alguna vez fue importante? Clara miró el reloj en la pared, como si el paso del tiempo fuera lo único que realmente seguía siendo constante en su vida. En su mente, los recuerdos de Daniel seguían desvaneciéndose, como las páginas de un libro antiguo que se desintegran por el paso del tiempo.

Al principio, su mente estaba llena de detalles: el olor de su perfume, la forma en que reía, la manera en que sus ojos brillaban cuando hablaba de sus sueños. Pero ahora, esos detalles eran como sombras que se deslizaban rápidamente. Intentó aferrarse a ellos, pero se escapaban como agua entre los dedos.

Se levantó de la ventana y caminó hacia la caja en el estante donde guardaba todas las cartas, fotos y recuerdos que había acumulado durante su relación con él. Abrió la caja con lentitud, como si temiera lo que encontraría dentro. Al ver las fotos, una sonrisa triste se asomó a su rostro. Había tantas de ellos juntos, felices. Pero al mirarlas, no sentía lo mismo que antes. No podía recordar qué había sentido en ese instante, ni por qué aquellas sonrisas le parecían tan llenas de vida.

Con una leve sacudida de cabeza, Clara cerró la caja y la guardó nuevamente en su estante. Ya no quería aferrarse a algo que se estaba desvaneciendo. Sabía que, aunque intentara luchar por los recuerdos, ellos desaparecerían tarde o temprano. Lo único que quedaba ahora era el eco de lo que una vez fue, una sombra que ya no la alcanzaba.

El viento soplaba suave desde la ventana abierta, moviendo las cortinas con gracia. Clara se quedó allí, mirando al horizonte una vez más, pero esta vez sin la esperanza de que el pasado regresara. Los recuerdos ya no le pertenecían; solo quedaba la quietud del presente, tan incierta como el futuro que aún no había vivido.

Y en el fondo, Clara entendió que, a veces, el olvido no es una pérdida, sino una forma de liberar el alma para que pueda avanzar.