El sol se estaba ocultando detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y lilas. La ciudad, como siempre, bullía con su incesante ruido, pero dentro de este pequeño café, el tiempo parecía detenerse .
Tomé un sorbo del café, su sabor amargo me parecía extraño, como si reflejara el vacío que sentía en mi pecho. A mi lado, tú estabas callado, observando el paisaje a través de la ventana. Ya no había esas conversaciones interminables sobre sueños o planes. Ya no hablábamos de lo que nos mantenía despiertos por la noche. El silencio se había instalado en nuestro mundo, y no parecía que nadie estuviera dispuesto a romperlo.
Las horas pasaban lentamente, como si el reloj hubiera decidido hacerle un favor a nuestras emociones desgastadas. El amor, alguna vez tan vivo, tan radiante, ahora era solo un susurro distante. La pasión que nos unió se había ido desvaneciendo, como una vela que se apaga lentamente sin dejar rastro. Y lo peor de todo era que ninguno de los dos sabía qué había sido de nosotros.
"¿Recuerdas cuando dijimos que nunca nos dejaríamos?", rompiste el silencio de repente. Tu voz era suave, pero cargada de una tristeza que no podíamos ocultar. Miré tus ojos, esos mismos ojos que alguna vez me parecieron infinitos, y ahora solo veía el reflejo de dos almas perdidas.
"Lo recuerdo", respondí, casi en un susurro. "Pero a veces el amor no es suficiente, ¿verdad?"
Te quedaste en silencio por un momento, como si estuvieras buscando la respuesta en algún rincón de tu mente. "No", dijiste finalmente. "No lo es."
Y entonces, el peso de todo lo no dicho, de todos esos momentos que nos dejamos escapar sin siquiera notarlo, cayó sobre nosotros. La distancia que había crecido entre nosotros no era física, sino emocional. Cada palabra no pronunciada, cada gesto olvidado, nos había alejado más de lo que podíamos entender.
"Quizás es hora de dejarlo ir", dije, aunque mi corazón no estaba seguro de si realmente quería decirlo. El miedo a perderte completamente se apoderaba de mí, pero en el fondo sabía que había llegado el momento de soltar.
Asentiste lentamente, como si ya lo hubieras sabido antes de que lo dijera. Te levantaste, tomaste tu abrigo y me miraste por última vez con una mezcla de cariño y tristeza. No había rencor, no había odio, solo un profundo entendimiento de que lo que alguna vez fue no podía ser lo mismo.
"Al final, solo quedamos tú y yo", dijiste, y esas palabras flotaron en el aire entre nosotros. No sé si te referías a lo que quedaba de nosotros, o a lo que alguna vez fuimos, pero al escucharlas, sentí como si una puerta se cerrara para siempre.
No te pedí que te quedaras. No te pedí que lucharas por lo que ya no podía ser. Solo observé cómo te alejabas, y aunque mis ojos querían retenerte, mi alma sabía que ya habías partido. Como si en el final de todo, lo único que realmente quedara fuéramos tú y yo, pero ya no en la misma forma.
Y mientras el sol se escondía por completo, solo quedé yo, en ese café que ya no sentía como nuestro, recordando lo que fuimos, y sabiendo que al final, solo quedamos tú y yo... pero ya no juntos.
El silencio nos envolvió. Y con él, la certeza de que, a veces, las despedidas son la única forma de seguir adelante.