El sonido de la lluvia golpeando el cristal de la ventana era el único que acompañaba el silencio en la habitación. Un silencio denso, cargado de nostalgia, como si las gotas pudieran borrar todos los momentos vividos .
Había sido un amor intenso, uno de esos que dejan huellas profundas, tanto que a veces parece imposible borrar. Alejandro, con su sonrisa cálida y su risa contagiante, siempre lograba hacerla sentir que el mundo estaba a sus pies. Sus primeras citas, sus primeros "te quiero", todo parecía tan perfecto, como un sueño del que nunca quería despertar. Pero a veces, los sueños se desvanecen sin previo aviso, y la realidad golpea con la fuerza de una tormenta.
Un año atrás, cuando todo se fue desmoronando, Laura no comprendió en un principio qué había fallado. Las palabras se volvieron vacías, las promesas se hicieron frágiles y los abrazos que antes eran refugios ahora se sentían como una carga. El amor que una vez compartieron se convirtió en algo distante, casi inalcanzable. Y aunque trató de aferrarse, de reconstruir lo que había caído, el tiempo no perdonó.
Y ahí estaba ella, observando la lluvia, como si esperara que las gotas borraran también la memoria de su corazón. Recordó la última vez que se habían visto, la conversación en la que se dijeron adiós sin saber cómo. Fue una despedida en silencio, con un beso que ya no significaba lo mismo, con unas palabras vacías que no lograron llenar el vacío que había entre ellos.
"La tormenta se pasa", le había dicho él en su último mensaje. Pero Laura sabía que no se trataba de la lluvia, sino de lo que quedaba después de ella: la humedad en las paredes, el aire denso y el eco de los recuerdos que nunca se desvanecen por completo.
La lluvia no dejaba de caer, y aunque sus ojos se llenaban de lágrimas, era como si el cielo también llorara por todo lo que se había perdido. Quizá, pensó Laura, el amor no siempre es eterno, pero los recuerdos sí lo son. Y bajo esa lluvia, en medio del caos y la tristeza, se dio cuenta de que, aunque él ya no estuviera a su lado, siempre llevaría una parte de él consigo, como un refugio solitario en el rincón más profundo de su alma.
Y así, mientras el agua seguía cayendo sin cesar, Laura se permitió sentir el dolor, pero también la esperanza de que algún día, al igual que la tormenta, todo el sufrimiento pasaría, dejando espacio para un futuro lleno de nuevas oportunidades. Porque aunque el amor se fuera, los recuerdos, como la lluvia, seguían ahí, insistiendo en quedarse, recordándole que alguna vez, fue feliz bajo la tormenta de su propio desamor.