La última carta que el tiempo nunca permitió entregar
Hace 2 días
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La última carta que nunca llegaste a leer


El aire de la tarde era frío, como si el invierno hubiera decidido adelantarse. Mariana caminaba por la calle principal del pueblo, con los hombros encorvados y los ojos fijos en el suelo .

Habían pasado meses desde su última conversación con Daniel, y aunque el tiempo parecía haberse detenido en su corazón, su vida seguía adelante, a paso lento, como una sombra arrastrándose.


En sus manos, llevaba una carta. Una carta que nunca había entregado, que nunca había sido leída por la persona a la que más amó. Su letra, aún fresca en la memoria, fluía con la misma pasión que el primer día en que se conocieron. En esas palabras estaban todos sus sentimientos, sus recuerdos, sus promesas rotas. Y en ese sobre, sellado con tanto cuidado, se guardaba la última oportunidad que había tenido para intentar salvar lo irremediable.


Mariana había conocido a Daniel en un verano cálido, cuando el mundo parecía estar en su punto más perfecto. Se habían reído hasta altas horas de la noche, compartiendo secretos y sueños. El amor llegó como una corriente incontrolable, arrastrándolos sin pedir permiso. Pero con el tiempo, la magia se fue desvaneciendo, y lo que antes parecía un refugio seguro se convirtió en una lucha silenciosa. Las palabras se agotaron y las miradas, antes llenas de complicidad, se vaciaron de sentido.


Y luego, llegó el silencio. Los mensajes se hicieron menos frecuentes, las llamadas desaparecieron y, finalmente, el adiós se coló sin previo aviso. Ninguno de los dos tuvo el valor de confrontar lo que estaba pasando. Ni él ni ella hablaron de lo que sentían, de lo que habían perdido, hasta que ya era demasiado tarde.


Mariana, con el corazón roto, había decidido escribir la carta. No quería quedarse con la duda de si aún quedaba algo por decir, algo que pudiera hacer que todo cambiara. En sus palabras, había esperanza, aunque sabía que era una esperanza frágil, como un hilo que podía romperse al más mínimo tirón.


"Te escribo porque no puedo seguir adelante sin saber si alguna vez me entendiste, si alguna vez me quisiste como yo te quise", comenzaba la carta. Las siguientes líneas estaban llenas de recuerdos de momentos felices, de promesas de futuro y, al final, de una despedida que no quería aceptar.


Pero al final, la carta quedó en su escritorio, guardada en un cajón, esperando. Un cajón que Mariana nunca quiso abrir, porque sabía que si lo hacía, las emociones que había intentado esconder se desbordarían. No sabía si se atrevería a entregarla, ni si tenía sentido hacerlo. Con el tiempo, la carta se convirtió en un símbolo de lo que no se dijo, de lo que quedó en el aire.


Un día, meses después, mientras paseaba por el parque, Mariana lo vio. Daniel estaba allí, sentado en un banco, con una expresión que reflejaba lo mismo que sentía ella: una mezcla de nostalgia y arrepentimiento. Se miraron por un momento, sin palabras, y en ese instante, algo dentro de ella se rompió. Lo que alguna vez fue amor ya no existía, solo quedaba el eco de lo que pudo haber sido.


Mariana decidió no acercarse. No porque ya no lo quisiera, sino porque sabía que las palabras que ya no se dijeron jamás encontrarían un destino. La última carta que había escrito, la que nunca llegó a sus manos, se quedó guardada en su corazón.


Y así, la historia de lo que pudo ser terminó sin más. Solo quedaba el recuerdo de una carta que, aunque nunca fue leída, vivió en las sombras del alma de los dos. Un adiós silencioso, que se quedó flotando entre los susurros del viento, como una promesa rota que nunca tuvo oportunidad de ser cumplida.


Fin.

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