Nació en Nola en 1548. A la edad de 15 años inició sus estudios en Nápoles. En 1565 entró como novicio en la orden de Santo Domingo, su consagración sacerdotal fue en 1572. Y en 1575 se doctoró en teología. Desde muy joven tuvo discrepancias en ciertos temas con los compañeros de su orden. Su espíritu inquieto lo llevó a leer libros que estaban totalmente prohibidos por la iglesia. Tanto que se vió influenciado por las ideas de Nicolás Copérnico, Erasmo de Rotterdam entre otros…

Avaló la teoría de que la tierra no era el centro del universo, sino el sol. En un ambiente donde el pensamiento filosófico era dominado por la iglesia, se atrevió a postular que el universo es infinito y que podría existir vida en otros lugares. Uno de sus conceptos más atrevidos fue afirmar que todos los cuerpos están compuestos de átomos. No había diferencia entre materia y espíritu. De modo que negó la transmutación del pan convertido en carne y el vino en sangre. Algunos científicos creen que Bruno era un hombre adelantado a su tiempo, un gran idealista visionario, más no un científico, poseedor de una mente inquieta y curiosa, capaz de analizar y comprender lo que era inexplicable para otros. Con todo esto, sus compañeros lo tacharon de hereje, impostor que debía ser enjuiciado, y lo acusaron ante el inquisidor local en 1575.

A partir de ese momento Bruno, se convierte en fugitivo de la inquisición. Huyendo de un lugar a otro, hasta encontrar refugio en París. Su fama iba creciendo. Muchos se sintieron atraídos por sus ideas. El propio rey Enrique III le extendió una carta para trasladarse a Inglaterra. Ya en Londres se alojó en casa del embajador francés y este lo presentó a la reina Isabel. Después de casi tres años, regresó a París, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Fráncfort y Zúrich.

En Fráncfort recibió una invitación de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien lo invitó a hospedarse en su morada, pues mostraba mucho interés en sus obras. Quería aprender de él. A cambio le ofrecía buenas recompensas. Bruno aceptó sin darse cuenta que en realidad era una trampa. Giovanni Mocenigo entregó a su huésped a la inquisición, dijo todo cuánto había escuchado de Bruno, y lo relacionado a sus obras heréticas. También le confesó que todo era una trampa, pues en realidad él llevaba tres años trabajando para la inquisición.

En febrero de 1593 fue trasladado a las autoridades romanas. En enero de 1599 compareció ante el tribunal, pero Giordano nuevamente no se retractó. Le dieron cuarenta días para reflexionar pero estos se convirtieron en nueve meses más de encarcelamiento.

El 21 de diciembre de ese mismo año fue llamado una vez más ante la inquisición pero se mantuvo firme en su negativa. Finalmente el 4 de febrero de 1600 fue declarado hereje y se ordenó que todos sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el índice de los libros prohibidos. Asimismo fue transferido al tribunal secular de Roma para que castigarán su herejía "sin derramamiento de sangre". Esto significa muerte en la hoguera. Giordano Bruno al oír la sentencia dijo: "El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla".

El 17 de febrero de 1600 Bruno fue llevado al lugar donde se ejecutaría la sentencia: el Campo Dei Fiore. Los prisioneros eran llevados en mulas. Algunos de ellos ni siquiera podían mantenerse de pie por las torturas que habían recibido. Bruno estaba físicamente destrozado, demacrado, famélico, extremadamente delgado, irreconocible en todo los aspectos, pero con un espíritu inquebrantable, siempre fiel a sus convicciones. Eran las cinco y media de la mañana. La gente los miraba. Ciertos prisioneros los ejecutaron para evitarles el sufrimiento. Pero Bruno no tuvo ese privilegio. A él le paralizaron la lengua para que no hablara a los espectadores. Una vez atado en el póster, un monje se inclinó le mostró un crucifijo, pero Bruno volvió la cabeza, mostrando una vez más su negativa. Las llamas consumieron su cuerpo hasta convertirlo en cenizas. Y éstas fueron arrojadas en el Tíber