"Te necesito. Por favor, ven", decía el mensaje de Sofía.
Elena llegó al parque central, el lugar donde solían reunirse después de la escuela. Allí, bajo el viejo roble, encontró a Sofía. Su figura seguía siendo familiar, pero había algo diferente en sus ojos, una melancolía que no recordaba.
—Pensé que no vendrías —dijo Sofía, con una sonrisa débil.—¿Cómo no iba a venir? —respondió Elena, abrazándola con fuerza.
Elena esperaba preguntas, explicaciones, tal vez un reproche por el tiempo perdido. Pero Sofía no dijo nada sobre los años de ausencia. En cambio, extendió un pequeño cuaderno de cuero desgastado.
—¿Recuerdas nuestro diario? —preguntó Sofía.
Elena lo tomó entre sus manos, reconociendo de inmediato las letras torpes y los dibujos que ambas habían hecho cuando eran niñas. Cada página estaba llena de promesas: aventuras que querían vivir, lugares que soñaban visitar, secretos que nunca compartirían con nadie más.
—Nunca lo olvidé —dijo Elena, pasando los dedos por las páginas amarillentas.
Sofía la miró con intensidad.
—Elena, necesito que cumplamos una última promesa.
Sofía explicó que había algo que debía hacer antes de partir. No era una despedida común; Elena lo sintió en el aire. Sofía la llevó al lago donde solían pasar horas nadando y contando historias. Allí, al pie del agua, enterraron una caja hace muchos años, con cartas que escribieron para su "yo del futuro".
—¿Lo recuerdas? Dijimos que abriríamos esto juntas cuando todo cambiara —dijo Sofía, cavando con las manos hasta sacar la vieja caja.
Dentro había fotos, notas y un colgante partido a la mitad, un lado para cada una. Elena lo sostuvo mientras los recuerdos llenaban su mente.
—¿Por qué desapareciste, Sofía? —preguntó finalmente, con la voz quebrada.
Sofía bajó la mirada.
—No podía quedarme. Mi familia tenía problemas, y me obligaron a irme sin avisarte. Nunca supe cómo volver a ti, pero siempre te llevé conmigo.
Elena quería decirle que todo estaba bien, que el pasado ya no importaba. Pero cuando levantó la vista, Sofía estaba llorando, y su rostro comenzaba a desvanecerse como una sombra bajo la luz de la luna.
—Sofía, ¿qué está pasando? —gritó Elena, tratando de tocarla, pero sus manos atravesaron el aire vacío.
Sofía sonrió con tristeza.
—No podía irme sin despedirme, Elena. Estoy más allá del tiempo ahora, pero necesitaba que supieras que siempre estaré contigo.
Elena cayó de rodillas, abrazando la mitad del colgante, mientras la figura de Sofía desaparecía por completo. Esa noche, bajo el cielo estrellado, Elena entendió que su mejor amiga nunca la había dejado.
A la mañana siguiente, encontró el diario en su mochila, aunque estaba segura de que lo había dejado en el parque. En la última página, escrita con una letra que no era la suya, había una nota:
"Elena, gracias por venir. Siempre juntas, más allá del tiempo. Sofía."
Desde entonces, Elena volvió cada año al lago, llevando consigo el colgante y el diario, sabiendo que, aunque el tiempo las hubiera separado, su amistad trascendía cualquier límite.