as luces del atardecer teñían el cielo de tonos anaranjados mientras Clara y Lucía se sentaban en el viejo muelle del lago, sus piernas colgando sobre el agua cristalina. Habían crecido juntas en aquel pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, y su amistad era el único refugio que ambas compartían, un vínculo inquebrantable lleno de risas, complicidad y, sobre todo, secretos.
—¿Recuerdas cuando prometimos que siempre nos lo contaríamos todo? —preguntó Lucía, rompiendo el silencio.Clara asintió, aunque evitó mirarla a los ojos.—Claro que sí —respondió, pero su tono traicionaba una ligera duda.
Lucía suspiró y sacó un pequeño frasco de vidrio de su mochila .
—Hay algo que tengo que decirte —dijo Lucía, jugando nerviosamente con el frasco—. Lo escribí aquí hace meses, pero nunca encontré el momento para contártelo.
El corazón de Clara comenzó a latir más rápido. Ella también había estado guardando un secreto, uno que la atormentaba cada vez que veía a Lucía. ¿Y si sus silencios rompían lo que tenían?
Lucía abrió el frasco y sacó el papel con manos temblorosas. Lo desdobló y leyó en voz baja:—“Estoy enamorada de alguien… y tengo miedo de lo que piense Clara.”
Clara sintió un nudo en el estómago. Su mente comenzó a girar en círculos, tratando de adivinar de quién se trataba. ¿Por qué Lucía temería su reacción?
—¿Quién es? —preguntó Clara finalmente, con un hilo de voz.
Lucía alzó la mirada, y en sus ojos había una mezcla de vulnerabilidad y valentía.—Es Diego.
El mundo de Clara se tambaleó. Diego no era cualquier persona. Era su novio, alguien con quien había empezado a salir hacía tres meses. De repente, todos los momentos en los que había sentido a Lucía distante cobraron sentido.
Un incómodo silencio se instaló entre ellas. Clara apretó los labios, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Entonces, tomó aire y habló.—Yo también tengo algo que decirte —dijo, mientras sacaba un papel arrugado de su bolsillo. Lo desplegó con cuidado y lo leyó en voz alta—. “Estoy enamorada de alguien… pero tengo miedo de que Lucía me odie por ello.”
Lucía parpadeó sorprendida, y su expresión se suavizó.—¿De quién hablas?
Clara la miró a los ojos, esta vez sin miedo.—De ti.
La confesión quedó suspendida en el aire como un eco interminable. El silencio que siguió fue diferente, más denso, cargado de emociones que ninguna de las dos sabía cómo manejar.
Finalmente, Lucía tomó la mano de Clara y la apretó suavemente.—Tal vez nuestros secretos no sean tan malos después de todo —susurró.
Las dos se quedaron allí, con los pies rozando el agua, sabiendo que, aunque su amistad estaba cambiando, lo que tenían era más fuerte que cualquier secreto.