Mateo era un hombre metódico.
Desde niño había temido tomar decisiones equivocadas, esa ansiedad por lo incierto lo mantenía atrapado en un ciclo de dudas .
Con el tiempo, el anillo se convirtió en su brújula.Vibraba para mostrarle el camino en cada encrucijada: qué trabajos aceptar, a quién acercarse y de quién alejarse, qué palabras decir en conversaciones incómodas.
Mateo prosperó en su carrera, evitó conflictos y se rodeó de personas que lo admiraban por su aparente certeza.
—Porque cada vez que corro, creo que esta vez funcionará.
Y si no lo intento, nunca lo sabré.
Esa noche, el anillo volvió a vibrar. Mateo estaba a punto de aceptar una oferta de trabajo importante, pero esta vez, en lugar de seguir la señal, se detuvo. Quitó el anillo y lo dejó sobre la mesa. Se sentó en silencio, permitiéndose escuchar su propia voz interior, esa que había acallado durante tanto tiempo.
Mateo salió del mercado con una sonrisa en el rostro.
Por primera vez en años, sintió la ligereza de no saber qué vendría después.
Y eso, lejos de asustarlo, lo llenó de esperanza.