Vivimos en un mundo que glorifica los grandes momentos como si la vida solo valiera la pena en los días de celebraciones y logros. Sin embargo la mayoría de nuestra existencia se compone de días comunes, de esos que pasan desapercibidos en el calendario .Pero ¿y si esos días fueran los que realmente definen nuestra felicidad?
Los días ordinarios tienen su propia magia. Están hechos de rutinas que aunque simples nos sostienen: el café de la mañana que nos despierta, el saludo amable de alguien que nos importa, el cielo al atardecer que nos regala colores que a menudo olvidamos mirar. Son esos momentos cotidianos los que llenan de sentido nuestra vida aunque muchas veces los demos por sentados.
Pensamos que la felicidad es algo que está lejos, que llegará cuando logremos una meta o cuando ocurra algo extraordinario. Pero la felicidad se encuentra en lo que hacemos cada día, en cómo disfrutamos de lo pequeño. Es darnos cuenta de que una conversación casual puede reconfortarnos más que un evento lleno de ruido, y que la tranquilidad de una tarde en casa puede ser más valiosa que cualquier escapada exótica.
No se trata de conformarse, sino de abrir los ojos a lo que ya tenemos. Cada día ordinario es una oportunidad para construir recuerdos, para nutrir relaciones y para disfrutar de lo que a menudo pasamos por alto. Son estos momentos los que, al mirar atrás, nos daremos cuenta de que realmente hicieron nuestra vida más rica.
Hoy tómate un momento para agradecer lo simple. Aprecia el presente porque aunque no tenga luces brillantes ni grandes emociones es único e irrepetible. Al final los días ordinarios no son tan ordinarios después de todo.
