En un pequeño pueblo rodeado por un espeso bosque, se contaba una antigua leyenda sobre un portal que conectaba dos realidades: el mundo humano y un reino mágico escondido entre las sombras. Nadie sabía con certeza si era real, pero los más ancianos advertían: “Si cruzas, tu corazón quedará atrapado entre dos mundos”.
Lía, una joven de ojos curiosos y espíritu aventurero, nunca había creído en esas historias .
El otro lado era un lugar de belleza indescriptible. Árboles dorados tocaban el cielo, criaturas mágicas paseaban libremente, y un río de agua cristalina reflejaba colores que jamás había visto. Allí conoció a Kael, un joven de mirada intensa que parecía pertenecer a ese mundo como si fuera una extensión del paisaje. Él la observó con desconfianza al principio, pero pronto se dio cuenta de que Lía no era una amenaza, sino una curiosidad.
—No deberías estar aquí —le advirtió Kael. —No sabía que era real —respondió ella—. ¿Qué es este lugar? —Es el reino de Eryndor, un lugar prohibido para los humanos. Si te quedas demasiado tiempo, no podrás regresar.
A pesar de la advertencia, Lía no pudo evitar volver cada día al portal. Poco a poco, entre ambos nació un vínculo especial. Kael le mostró los secretos de Eryndor: flores que cantaban al amanecer, constelaciones que cambiaban cada noche y una cascada donde el tiempo parecía detenerse. En cada visita, sus corazones se acercaban más, aunque sabían que pertenecían a mundos diferentes.
Pero no todo era mágico. El Consejo de Eryndor, liderado por el sabio Eldric, descubrió la presencia de Lía. “Los humanos traen desequilibrio”, dijeron. Si continuaba cruzando el portal, los dos mundos podrían colapsar. Eldric impuso una condición cruel: Lía debía elegir. Si se quedaba en Eryndor, jamás podría regresar a su mundo, y si volvía al suyo, el portal sería sellado para siempre.
Kael y Lía pasaron su última noche juntos bajo el cielo cambiante de Eryndor. Él le tomó las manos, incapaz de aceptar la idea de perderla.
—Si eliges quedarte, vivirás aquí conmigo, pero perderás a tu familia, tu vida, todo lo que conoces. —Y si vuelvo… —susurró Lía con lágrimas en los ojos—, perderé el único lugar donde sentí que pertenecía.
Al amanecer, Lía tomó su decisión. Caminó hacia el portal con el corazón roto y, antes de cruzarlo, se giró para mirar a Kael por última vez.
—Siempre te amaré, pero no puedo abandonar mi mundo —dijo. Kael asintió, sus ojos brillando con tristeza. —Y yo siempre te esperaré, aunque nunca regreses.
Cuando Lía cruzó el portal, sintió una punzada en el pecho, como si una parte de ella se quedara en Eryndor. El arco de piedra se desmoronó detrás de ella, sellando la conexión para siempre.
Desde aquel día, Lía vivió atrapada entre dos mundos: el humano, donde estaba físicamente, y el mágico, donde había dejado su corazón. Y en Eryndor, Kael visitaba cada día los restos del portal, con la esperanza de que un milagro los reuniera de nuevo.