El viento de invierno azotaba las ventanas de la pequeña cabaña en las montañas. Elena, envuelta en una manta de lana, miraba la carta una vez más .
Elena y Santiago eran jóvenes, soñadores y pertenecían a mundos opuestos. Ella, hija de un poderoso empresario, había crecido rodeada de lujos y restricciones. Él, un músico callejero, vivía en una vieja casa junto al río, componiendo canciones que solo escuchaban los transeúntes. Fue en una tarde de verano, mientras ella paseaba con su perro, que lo escuchó por primera vez. Su guitarra parecía contar historias, y su voz, un eco melancólico, se quedó en su memoria.
Con el tiempo, las tardes de paseos se convirtieron en encuentros secretos. Elena lo escuchaba tocar y él le hablaba del mundo más allá de las jaulas doradas en las que vivía. Pero el destino, siempre caprichoso, comenzó a tejer su separación.
Los padres de Elena descubrieron el romance. El escándalo que esto desató fue suficiente para que ellos intentaran borrarlo todo. Santiago fue amenazado y se le exigió desaparecer de la vida de Elena. Pero antes de marcharse, le dejó una carta.
Aquella carta, la misma que ahora sostenía Elena, contenía palabras que nunca había podido olvidar: "Elena, aunque me pidan que me vaya, mi amor por ti será eterno. Si alguna vez escuchas el eco de mis canciones, sabrás que aún te amo. Pero a veces, amar es dejar ir, y mi adiós no es el final, sino un nuevo comienzo. Te amaré en cada nota que toque y en cada amanecer que contemple."
Los años pasaron. Elena se casó con alguien que su familia aprobaba, un hombre bueno pero incapaz de encender en ella la chispa que Santiago había dejado. Sin embargo, el recuerdo de su amor seguía presente en cada canción que escuchaba, en cada atardecer que miraba.
Un día, mientras paseaba por el mercado de un pequeño pueblo durante un viaje, un sonido familiar llegó a sus oídos. Era una canción, la misma que Santiago tocaba cuando estaban juntos. Su corazón comenzó a latir con fuerza, guiándola hacia el origen del sonido. Allí, en una esquina, un anciano tocaba la guitarra mientras un joven cantaba.
Elena se acercó, y aunque sabía que no era él, las lágrimas rodaron por su rostro. El joven cantante se detuvo al verla emocionada y le entregó algo: un pequeño papel amarillento.
"Un hombre me pidió que lo guardara por si alguna vez alguien como usted llegaba aquí", dijo el joven.
Elena abrió el papel y leyó una última nota: "Elena, el eco de mi adiós nunca se apagará. Si encuentras esto, significa que mi amor por ti sobrevivió más allá del tiempo. Sé feliz, porque en cada nota de esta canción estoy contigo."
Elena cerró los ojos, y por primera vez en años, sonrió. El eco de su adiós ya no dolía, porque ahora sabía que el amor verdadero nunca desaparece; solo se transforma en recuerdos eternos.