Amor Sin Fronteras: La Historia de los Muros que Cayeron?
Hace 2 días
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En una ciudad dividida por muros imponentes, donde el sol solo parecía brillar para unos pocos, vivía Amelia, una joven con sueños tan grandes como el cielo que jamás había visto. La ciudad estaba separada en dos, y las personas de cada lado vivían vidas completamente distintas .

Los privilegiados, en el lado opulento, disfrutaban de lujos y libertades que a los demás les estaban prohibidos. El otro lado, donde Amelia vivía, era sombrío y árido, un lugar donde los sueños se desvanecían con el viento.

Cada día, Amelia se encontraba mirando el muro, un gigante de piedra que parecía separar no solo las ciudades, sino también las almas. Había oído historias sobre el otro lado, relatos de tierras verdes, cielos despejados y casas construidas con luz. Pero nunca había cruzado, nunca había tenido la oportunidad.

Un día, mientras paseaba cerca del muro, vio a un joven de rostro firme y decidido. Su nombre era Samuel, y estaba parado justo al otro lado del muro, mirando hacia ella como si la estuviera esperando. Los ojos de Samuel eran un reflejo de la misma curiosidad que Amelia sentía. Era un joven del lado privilegiado, pero en su mirada no había arrogancia, solo una profunda tristeza.

"¿Por qué miras hacia este lado?", le preguntó Amelia, sin poder evitar la pregunta.

"Porque este lado está lleno de vida, aunque no la vea. Y tú… tú tienes algo que me llama", respondió Samuel, su voz era suave pero firme.

El muro entre ellos parecía desvanecerse en ese momento, como si el aire mismo estuviera conspirando para unirlos. Durante días, los dos se encontraron a la misma hora, cada uno en su respectivo lado. Hablaron sobre lo que el muro había creado: separación, desconfianza, pero también el anhelo de algo más. Samuel le habló de las maravillas que su lado ofrecía, de las luces y las comodidades, pero también de la soledad que sentía al estar rodeado de personas que no entendían el peso de vivir sin saber lo que era el dolor real.

Amelia, por su parte, le habló de su vida al otro lado del muro: de las calles polvorientas, de las casas de barro y de la gente que luchaba por sobrevivir, pero que jamás dejaba de soñar.

Con el tiempo, se dieron cuenta de que sus corazones palpitaban al unísono, aunque separados por los muros de una sociedad que los condenaba a estar distantes. Había algo más allá de las barreras físicas y sociales que los mantenían alejados. El amor que compartían no podía ser contenido por esas piedras frías que los rodeaban, ni por la distancia de los dos mundos.

Decidieron que, aunque sus vidas eran diferentes, lucharían por unirse, más allá de los muros, más allá de las reglas impuestas por una sociedad que no entendía su amor. Samuel ideó un plan para ayudar a Amelia a cruzar, a saltar esa frontera que dividía no solo dos lugares, sino dos destinos.

Una noche, bajo el manto de estrellas que ambos nunca habían tenido la oportunidad de ver juntos, Amelia cruzó el muro. Lo hizo con miedo, con esperanza, pero sobre todo, con la determinación de cambiar su destino. Samuel la esperaba del otro lado, con los brazos abiertos, y cuando sus manos se tocaron por primera vez, el muro que los separaba por fin se derrumbó.

Pero el amor que compartían no fue fácil. La ciudad no aceptó de inmediato que alguien del otro lado estuviera allí. A pesar de la resistencia, ambos lucharon por su derecho a estar juntos, por derribar los muros que aún existían en los corazones de las personas.

Con el tiempo, su historia inspiró a muchos a desafiar las barreras impuestas, a creer que el amor podía ir más allá de los muros que dividían sus vidas. Porque al final, más allá de los muros, el amor y la esperanza eran más fuertes que cualquier barrera que el mundo pudiera construir.














Y Amelia y Samuel, juntos, demostraron que, a veces, lo que parece imposible es solo un muro esperando ser derribado.

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