El viento soplaba con fuerza en la ciudad vieja, trayendo consigo el aroma salado del mar. En una pequeña cafetería, con mesas de madera gastadas y paredes adornadas con fotografías en sepia, dos tazas de café se enfriaban sobre una mesa solitaria .
Hace un año, todo era diferente. Ella y Leo, su amor de juventud, solían sentarse en la misma mesa, compartiendo risas, miradas cómplices y sueños que parecían infinitos. Pero el tiempo, como un río impetuoso, había arrastrado todo lo que una vez creyeron eterno. Leo había partido, no por elección propia, sino por la vida misma: una oportunidad de trabajo en el extranjero, un futuro que se les escapó entre los dedos. Prometieron que nada los separaría, pero las promesas se desvanecen cuando las millas crecen entre dos corazones.
A lo largo de los meses, Valeria intentó continuar, pero no pudo dejar de sentir la ausencia de Leo como una herida abierta. Él había sido su mejor amigo, su confidente, su todo. Y aunque ambos se esforzaron por seguir adelante, algo en ella siempre sentía que el "nosotros" había quedado suspendido en el aire, flotando en una dimensión que no podían tocar.
Una tarde, mientras caminaba por la plaza principal de la ciudad, Valeria lo vio. Leo estaba allí, en la esquina opuesta, con su sonrisa inconfundible y la mirada que tanto había amado. Pero algo había cambiado. Ya no era el joven apasionado que compartía sus días, sino una sombra de lo que había sido. El tiempo lo había transformado, pero la chispa de aquel amor seguía presente, enterrada bajo capas de silencio y distancia.
Se miraron durante unos segundos, como si el mundo se hubiera detenido por completo. Valeria sintió que su corazón latía con fuerza, pero al mismo tiempo, una tristeza profunda se apoderó de ella. ¿Cómo podían ser tan cercanos y, al mismo tiempo, tan ajenos? Habían compartido tanto, y sin embargo, ahora solo quedaba una sombra de un "nosotros" que ya no podía ser.
Leo se acercó lentamente, como si cada paso fuera una batalla interna. "Valeria", dijo su nombre con un suspiro, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. "Lo siento. Lo siento por no haber podido quedarme, por no haber luchado más. Pero el destino, las decisiones... todo nos separó."
Valeria no podía evitar mirar su rostro, buscando rastros de aquel amor que una vez creyeron inmortal. "Lo sé", respondió ella, su voz quebrada. "Pero quizás el amor no siempre es suficiente. Quizás hay momentos en los que el destino, como tú dices, decide por nosotros."
"¿Qué somos ahora?", preguntó Leo, mirando al suelo, sin poder sostener la mirada de Valeria.
"Una sombra de lo que fuimos", murmuró Valeria, sus palabras como un eco que resonaba en el aire entre ellos. "Y tal vez eso sea lo mejor."
Ambos se quedaron en silencio, mirando el uno al otro como dos almas que alguna vez compartieron el mismo espacio, pero que ahora estaban tan distantes como el sol y la luna. El amor seguía ahí, pero transformado, en una forma que ya no podían reconocer.
Al final, Leo dio un paso atrás, como si comprendiera que no había vuelta atrás. "Te quiero", dijo con una última mirada, antes de girarse y perderse entre la multitud.
Valeria se quedó sola, con la lluvia empapando su rostro, pero sin lágrimas. Porque el amor, a veces, se convierte en una sombra de lo que fue, y lo único que queda es el eco de un "nosotros" que ya no existe, pero que siempre llevará una huella en el alma.
Con el paso de los años, Valeria aprendió a vivir con esa sombra. No la vio como una carga, sino como un recuerdo de algo que fue hermoso, pero que, como todo en la vida, había llegado a su fin. El amor verdadero no siempre es para siempre, pero siempre deja una marca, y esa marca, aunque invisible, permanecería con ella mientras el viento seguía soplando en la ciudad vieja.