El viento soplaba con fuerza esa tarde, llevando consigo el salitre del mar. A lo lejos, el horizonte se perdía entre las olas, como si todo el mundo se hubiera desvanecido en la espuma blanca .
Valeria siempre había amado el mar. Había crecido cerca de su costa, jugando en la arena y escuchando las historias de su abuelo sobre los navegantes y las leyendas de barcos perdidos. Pero este mar, el que se extendía hasta donde su mirada ya no alcanzaba, ahora le traía recuerdos amargos.
Se dio la vuelta, dejando que la brisa despeinara su cabello, y lo vio. Javier estaba parado a unos metros, su silueta recortada contra el cielo nublado, tan distante y, al mismo tiempo, tan cercano. Había sido su primer amor, el amor que pensó que duraría para siempre. Pero el tiempo, las decisiones equivocadas y las distancias los habían separado.
Él había partido para estudiar en otro país, prometiendo que regresaría pronto. Pero las promesas se desvanecen con el tiempo, como el eco de un grito que se pierde en la vastedad del océano. Cuando volvió, Valeria ya había construido una vida que no cabía en las ilusiones del pasado. Y, sin embargo, allí estaba, después de tres años de silencio, con la misma mirada perdida en el horizonte.
"¿Qué haces aquí?", preguntó ella, su voz temblando a pesar de sí misma.
Javier no respondió de inmediato. Se acercó un paso más, su presencia imponente. Había cambiado. No solo físicamente, sino en su manera de ser. Ahora llevaba una barba tupida y sus ojos parecían más cansados, como si el peso del mundo se hubiera posado sobre sus hombros.
"Vinimos por diferentes caminos, ¿verdad?", dijo Javier, casi en un susurro. "Pero no puedo dejar de pensar en lo que dejamos atrás."
Valeria lo miró, buscando alguna señal de que todo podía volver a ser como antes. Pero sabía que era una mentira. El tiempo y el espacio no eran algo que se pudiera recuperar con palabras.
"Lo que dejamos atrás... ya no está", respondió ella, con una firmeza que le sorprendió. "Lo que fuimos ya no existe."
Un silencio incómodo se apoderó de ellos. El sonido de las olas era lo único que rompía la quietud. Finalmente, Javier dio un paso atrás, su mirada baja.
"Entiendo", dijo, su voz quebrada. "Pero aún siento que hay algo entre nosotros. Un lazo que no se rompe, ni siquiera con la distancia."
Valeria tragó saliva, mirando el océano. A lo lejos, un barco cruzaba la línea del horizonte, lentamente desvaneciéndose en el mar.
"Lo que nos separa no es solo la distancia física", dijo, girando hacia él. "Es lo que hemos vivido, lo que ya no somos."
Javier la miró fijamente, como si estuviera tratando de encontrar una respuesta en sus ojos. Pero ella sabía que no la había. No había palabras suficientes para describir lo que había cambiado entre ellos, ni lo que ya no podía ser.
"Quizás," dijo Valeria, "el océano que hay entre nosotros es más profundo de lo que pensábamos."
Javier asintió lentamente, como si esas palabras fueran las que finalmente entendiera. Luego, dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el sendero que lo llevaría de regreso a la ciudad.
Valeria observó cómo se alejaba, sintiendo un vacío en su pecho, como si hubiera perdido algo que nunca podría recuperar. El mar seguía allí, inmutable y vasto, como siempre había sido. Un océano que, tal vez, siempre los separaría.
Y mientras el sol desaparecía en el horizonte, ella se quedó mirando las olas, sabiendo que, al final, el verdadero océano entre ellos no era el agua, sino el tiempo y las decisiones que tomaron, irremediablemente, en direcciones opuestas.