Corazones Paralelos: El Amor que Nunca Pudo Ser?
Hace 6 días
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Había algo mágico y trágico en el amor entre Isabella y Alejandro. Desde que se conocieron, un lazo invisible los unió, fuerte y profundo, como si todo en el universo hubiera conspirado para juntar sus caminos .

Sin embargo, había una verdad inquebrantable: sus corazones no podían latir juntos.

Isabella vivía en la ciudad, una joven brillante con una vida llena de promesas. Hija de una familia influyente, su futuro estaba trazado: debía casarse con un hombre de su misma posición, alguien que compartiera su estatus y ambiciones. Pero sus sueños eran más grandes que los pasillos dorados de su casa. Quería ser artista, recorrer el mundo, dejar su huella en un lienzo.

Alejandro, por otro lado, era un hombre simple, de origen humilde, con una pasión inmensa por la música. Su guitarra, la cual siempre llevaba consigo, era su única compañía en las noches solitarias. Provenía de un barrio marginal donde la esperanza se perdía entre las sombras, pero su talento era indiscutible. Cuando Isabella lo escuchó por primera vez, tocando su guitarra en una plaza llena de gente que pasaba desapercibida ante su arte, algo cambió en su interior. La conexión fue instantánea. Ella no sabía por qué, pero desde ese momento sentía que algo en su vida se había encajado de manera perfecta.

Se encontraron en un rincón apartado del mundo, un espacio donde las reglas no importaban. Sus días estaban llenos de risas, de conversaciones largas hasta la madrugada, de momentos robados a la rutina. Isabella se sentía viva de una manera que nunca había experimentado. Alejandro le mostraba un mundo lleno de colores y sonidos que ella solo había imaginado en sus sueños.

Sin embargo, el peso de la realidad siempre estaba presente. El destino, siempre cruel, les recordaba que sus corazones no podían latir juntos. Los días que pasaban juntos se sentían como un regalo fugaz. La familia de Isabella ya había comenzado a organizar su compromiso con un hombre de su misma clase, y su propio corazón se encontraba dividido entre el amor que sentía por Alejandro y las expectativas que había heredado.

Alejandro, por su parte, sabía que la diferencia entre ellos no solo era social, sino también un abismo insalvable. Ella merecía un futuro brillante, lleno de privilegios y comodidad. Él solo podía ofrecerle un amor desbordado, pero incierto, que dependía de la suerte más que de las decisiones de su destino. Sabía que su vida era demasiado incierta, demasiado rota para entregarse a alguien como ella.

Una tarde, mientras paseaban por un parque, Isabella tomó su mano, con una mezcla de desesperación y resignación. "Alejandro, ¿qué vamos a hacer?", preguntó con voz temblorosa. Él la miró, sabiendo la respuesta, pero no queriendo decirla. Sabía que, a pesar de sus sentimientos, sus mundos nunca se cruzarían. “No lo sé, Isabella. Pero sé que te amo. Siempre te amaré, aunque nunca podamos estar juntos.”

La tristeza se reflejaba en los ojos de Isabella, pero ella entendía. Lo que los unía era puro y verdadero, pero también imposible. Las estrellas nunca podían estar al alcance de la mano, no importaba cuántas veces alguien las tocara con la mirada. En ese momento, ambos sabían que, aunque sus corazones latían con la misma intensidad, el amor que compartían solo podría existir en su memoria, como una melodía triste que se desvanece cuando se desvanece el último acorde.

La despedida fue breve, sin lágrimas, pero con una despedida interna que jamás podría ser olvidada. Isabella se casó con el hombre que su familia había elegido para ella, y Alejandro continuó su vida, sin olvidar nunca a la mujer que había sido su razón, aunque por un tiempo, solo un tiempo.

Años después, cuando ambos ya eran adultos, Isabella visitó una galería de arte en una ciudad lejana. Allí, entre los cuadros colgados en las paredes, encontró una pintura que la hizo detenerse en seco. Era una obra que representaba dos corazones, conectados por una línea de luz, pero separados por un abismo. La firma era de Alejandro.












De repente, recordó aquel parque, la melodía de su guitarra, y el amor que nunca pudieron vivir. Los corazones de ambos siempre latirían en paralelo, pero nunca juntos. Y aunque sus vidas tomaron rumbos distintos, lo que compartieron sería eterno, como una canción que sigue sonando en el alma, aunque el eco se haya desvanecido.

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