El Puente Roto: Cuando el Amor Se Quedó a Medio Camino?
Hace 6 días
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El viento soplaba con fuerza esa tarde de otoño, como si el destino mismo intentara empujar a Nora a tomar una decisión. Estaba sentada en la orilla del río que dividía dos mundos: el suyo y el de Gabriel .

Ambos habían crecido en la misma ciudad, pero sus vidas tomaron rumbos tan distintos que, aunque compartían recuerdos de infancia, sus caminos se habían alejado de forma irrevocable.

Gabriel, hijo del alcalde, había heredado el poder y las expectativas de su familia, mientras que Nora, hija de un humilde pescador, había pasado su vida buscando su lugar en el mundo, lejos de los lujos y los compromisos que la familia de Gabriel representaba. Habían sido amigos en la niñez, pero cuando el destino los separó, se prometieron que, aunque el tiempo los cambiara, siempre habría algo especial entre ellos. Sin embargo, con los años, esa promesa comenzó a desvanecerse en los susurros del viento y los ecos de la distancia.

El puente, un proyecto que Gabriel había impulsado cuando asumió la alcaldía, sería el símbolo de su reconciliación. No solo uniría físicamente las dos orillas del río, sino que también representaría la posibilidad de reconstruir lo que había sido roto entre ellos: un amor que se había desvanecido por la diferencia de sus mundos. Pero a medida que las semanas pasaban, el puente no avanzaba, y las palabras de Gabriel sobre el proyecto se volvían más vacías.

Nora había visitado el lugar miles de veces, mirando el espacio vacío donde debería haberse levantado el puente. Las promesas de Gabriel ya no sonaban sinceras; cada vez que lo veía, se sentía más distante. El amor que alguna vez había sido tan claro se volvía ahora borroso, como las aguas del río en las que su reflejo ya no era el mismo.

Un día, decidió ir a verlo, tal vez para obtener respuestas, tal vez para hacerle saber que ya no creía en los puentes que no se construían. Cuando llegó a su oficina, el edificio imponente de la alcaldía, Gabriel la recibió con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Sus palabras fueron cortas, vacías, como si estuviera luchando por encontrar algo que decir que justificara el abandono del proyecto.

—El puente... —murmuró él, mirando su escritorio—. No es el momento adecuado, Nora. Hay muchas cosas más que resolver.

Nora lo observó en silencio, sin comprender cómo alguien que había sido tan cercano podía ahora parecer tan distante. Recordó la promesa de su niñez, el amor que habían compartido, la forma en que se sentían invencibles juntos. Pero ahora, frente a él, solo quedaba el eco de un amor que no pudo sobrevivir a las exigencias del mundo.

—¿Y qué pasa con nosotros, Gabriel? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Qué pasa con el puente entre tú y yo?

Él la miró, pero no dijo nada. En ese instante, Nora comprendió que el puente que él había prometido nunca se construiría, porque ni él ni ella estaban dispuestos a derribar las murallas que los separaban.

Ella salió de la alcaldía con la sensación de que una parte de su vida quedaba atrás, y mientras caminaba hacia la orilla del río, la brisa fría acarició su rostro. La vida seguía, pero el amor que había creído eterno ya no era más que un recuerdo, uno de esos que se desvanecen con el tiempo.












El puente nunca se construyó, ni en el río ni en sus corazones. Y aunque Gabriel siguió su vida, cumpliendo las expectativas de su familia, Nora aprendió a vivir sin la promesa de lo imposible, sabiendo que algunas historias, por más que se intenten, nunca tienen un final feliz.

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