El Amor Silenciado: La Carta que Nunca Encontró su Destino?
Hace 6 días
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El sol se desvanecía detrás de las montañas, tiñendo de naranja y rojo el cielo de la pequeña ciudad costera. Ana se encontraba en la vieja mesa de madera de su balcón, mirando las olas romper contra las rocas .

En sus manos, sostenía una carta, un pedazo de papel que había guardado durante más tiempo del que estaba dispuesta a admitir.

La carta estaba dirigida a Martín, pero no era como cualquier carta. Era una confesión que nunca alcanzó su destino, una declaración que había quedado atrapada entre sus pensamientos y su miedo a enfrentar la verdad.

El viento movió suavemente sus cabellos mientras deslizaba los dedos por el papel. Recordaba el primer día que lo vio. Martín, un joven apuesto de ojos intensos y sonrisa encantadora, se había mudado a la ciudad poco después de la muerte de su madre. Ana, entonces una adolescente tímida y soñadora, había visto en él a alguien completamente fuera de su alcance, alguien que nunca podría formar parte de su vida. Pero los días pasaron, y las casualidades les hicieron cruzarse una y otra vez.

Con el tiempo, comenzaron a hablar, primero tímidamente, luego con una naturalidad que sorprendía a ambos. Compartían conversaciones largas sobre libros, sobre el futuro, sobre sus sueños. Pero había algo más, algo que Ana sentía en su pecho cada vez que sus miradas se encontraban: un amor silencioso, profundo y, sobre todo, imposible. Martín nunca miró a Ana de la manera en que ella lo miraba a él. No era una cuestión de despecho, simplemente, él nunca había considerado ese amor que crecía en el corazón de ella. Estaba enamorado de otra persona, una amiga en común que vivía lejos de la ciudad.

Así que Ana, quien había vivido toda su vida con una capa de inseguridades, decidió escribirle una carta. No se atrevió a decírselo en persona, ni siquiera a través de una conversación telefónica. No, su amor necesitaba ser expresado en un papel, en algo tangible que pudiera sostener, aunque nunca fuera leído.

La carta contenía cada palabra que nunca tuvo el valor de pronunciar. Había hablado de lo que sentía, de cómo su corazón latía más rápido con cada palabra que él decía, de cómo todo a su alrededor desaparecía cuando él estaba cerca. Le había contado sobre los días en que se sentía vacía, esperando que él, de alguna manera, la viera más allá de su amistad.

Ana había terminado la carta con la esperanza de enviarla, pero la realidad la había detenido. El miedo de arruinar todo, de perder la amistad que tanto valoraba, le había impedido escribir la dirección en el sobre. Y ahí había quedado, guardada en un cajón, junto a otras cartas que nunca encontraron su camino.

Ahora, años después, mientras el sol se ponía en el horizonte, Ana miraba esa carta con una mezcla de nostalgia y alivio. Sabía que el amor que sentía por Martín era algo que tenía que dejar ir. Ya no era la joven que se había enamorado en secreto, sino una mujer que había aprendido a valorar lo que tenía, a mirar hacia el futuro y a dejar atrás las sombras del pasado.

Guardó la carta nuevamente en el cajón, esta vez con la certeza de que ya no necesitaba enviarla. Había tomado su lugar en el mundo, sin depender de las respuestas de otros. Y aunque nunca sabría qué hubiera pasado si hubiera enviado esa carta, ahora sabía que había aprendido a amar sin esperar nada a cambio.











El viento continuó acariciando su rostro, y Ana cerró los ojos, sabiendo que la historia que había vivido era suficiente. El amor, en su forma más pura, había sido suyo, aunque jamás hubiera llegado a ser compartido.

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