Amor Prohibido: El Destino que Nunca Debió Cruzarse?
24 Ene, 2025
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Lena había crecido en un pequeño pueblo donde las historias de amor parecían estar predestinadas, siempre guiadas por normas no escritas y expectativas familiares. Desde pequeña, había oído hablar de la importancia de casarse con alguien que compartiera su estatus, su nombre y, sobre todo, su historia .

Su familia tenía siglos de tradición, y aunque Lena no se sentía cautiva de esa herencia, no podía evitar sentir la presión de seguir el camino marcado para ella.

Un día, mientras paseaba por el mercado del pueblo, cruzó miradas con un joven que, en apariencia, no parecía tener nada que ver con su mundo. Su nombre era Éric, un extraño que había llegado recientemente al pueblo, huyendo de un pasado oscuro que nunca revelaba. Era diferente: su ropa no era de la alta costura que tanto admiraban en su entorno, y sus ojos llevaban una melancolía que no encajaba con la brillante juventud del lugar.

Lena, aunque desconcertada por su magnetismo, intentó ignorarlo. Pero los días fueron pasando, y su destino parecía entrelazarse con el de Éric de formas misteriosas. Cada encuentro casual, cada conversación, se transformaba en un momento de complicidad silenciosa. A pesar de la creciente atracción que sentía por él, sabía que un amor como el suyo no era posible. Sus mundos eran demasiado distintos, como el cielo y la tierra, y cualquier intento de cruzar esa línea era condenado desde el principio.

Un atardecer, Éric la encontró sentada cerca del río, con la vista perdida en el horizonte. Se sentó junto a ella, sin decir nada, pero con una calma que le transmitió paz. Era un silencio lleno de preguntas no pronunciadas, de sentimientos prohibidos. Lena, sin poder evitarlo, se giró hacia él y le susurró:

—¿Alguna vez has sentido que algo es tan hermoso y tan doloroso a la vez que te destroza por dentro?

Éric la miró a los ojos, su expresión era grave pero llena de ternura.

—Lo siento todos los días —respondió con suavidad—. Como si amarte fuera una condena y una bendición al mismo tiempo.

Lena cerró los ojos, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que su amor por él estaba destinado a desmoronarse. No importaba cuánto lo deseara, su vida estaba marcada por las expectativas que no podía ignorar, y él, Éric, nunca sería parte de su mundo. El amor que compartían estaba rodeado de muros invisibles, barreras que, aunque ellos intentaran derribar, siempre aparecerían una y otra vez.

El tiempo pasó, y con él, el inevitable distanciamiento. Lena comenzó a salir con otros pretendientes, personas que cumplían con todos los requisitos para ser su pareja, pero su corazón seguía perteneciendo a Éric, un amor que sabía que nunca podría ser. Ella le dio su último adiós una tarde de otoño, bajo un árbol viejo que había sido testigo de tantas promesas rotas.

—No puedo seguir viéndote —le dijo, la voz quebrada por la tristeza—. Mi familia, mis raíces... no entienden este amor. Y yo, yo ya no puedo más.

Éric la miró por última vez, con una tristeza tan profunda que parecía cargar con todos los inviernos que jamás habrían llegado. Le acarició la mejilla con una ternura infinita, como si cada gesto fuera un adiós silencioso.

—Lo sé, Lena. Este amor no está hecho para el mundo en el que vivimos. Pero nunca dejaré de amarte.

Y con esas palabras, se alejó, desapareciendo lentamente entre las sombras, dejando atrás una historia que jamás tendría un final feliz.















Lena regresó a su vida, a su destino predeterminado, pero algo dentro de ella había cambiado para siempre. El amor que nunca debió ser había dejado una huella imborrable en su alma, una huella que ni el tiempo ni las expectativas familiares podrían borrar.

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