El Precio del Corazón: Entre el Deber y la Pasión?
Hace 6 días
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Elena siempre había sido la hija ejemplar, la estudiante brillante, la persona que cumplía con todas las expectativas sin dudar. Desde pequeña, su vida había estado marcada por una serie de responsabilidades que, aunque no le molestaban, sí limitaban su capacidad de soñar más allá de lo que estaba estipulado para ella .

Su familia, de raíces tradicionales, le había enseñado que el deber era lo primero, y no había espacio para deslices o desvíos.

Sin embargo, todo cambió cuando conoció a Gabriel.

Gabriel era diferente a todos los hombres que había conocido. No era el tipo de persona que su familia aprobaba: sin un trabajo estable, un poco desorganizado, pero con una pasión desbordante por el arte. Lo había encontrado un día en una exposición de pintura, donde él, como artista autodidacta, mostraba sus últimas obras. Elena se sintió atraída por su energía, por la manera en que hablaba con tanto fervor sobre lo que amaba hacer. Por primera vez, Elena se dio cuenta de lo que era vivir en un mundo sin barreras, sin reglas rígidas. Gabriel la hacía ver el mundo con otros ojos.

A lo largo de los meses, sus encuentros fueron volviéndose más frecuentes. Mientras ella compartía las tensiones de sus estudios y las expectativas de su familia, él la invitaba a sumergirse en su mundo: la pintura, la música, las noches de conversaciones sin fin sobre sueños y miedos. Cada conversación con él la dejaba con una sensación indescriptible, un fuego interior que nunca antes había sentido.

Pero Elena sabía que su relación con Gabriel no era aceptada por su familia. Había demasiadas expectativas sobre ella: debía terminar su carrera universitaria, conseguir un buen trabajo en una empresa familiar, casarse con alguien que le brindara estabilidad. Gabriel, con su estilo de vida errante y su visión del mundo, era la antítesis de todo eso. Cada vez que Elena pensaba en su futuro, veía el rostro de su madre, la desaprobación silenciosa en sus ojos, y sentía el peso del deber sobre sus hombros.

A pesar de ello, no podía dejar de pensar en él. Su corazón, aunque lleno de miedo, latía con fuerza cada vez que lo veía. En los momentos en que Gabriel la miraba, todo lo demás desaparecía. El amor que sentía por él era puro y ardiente, pero al mismo tiempo, le resultaba imposible reconciliar esa pasión con la vida que su familia había planeado para ella.

Un día, después de una noche de lluvia, Gabriel le confesó que había decidido mudarse a otra ciudad para seguir sus sueños como pintor, sin ataduras, sin compromisos. Elena se sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. El amor que había florecido en su pecho ahora se enfrentaba a una realidad insoportable: si seguía a Gabriel, rompería con su familia, con sus responsabilidades, con el futuro que todos esperaban de ella. Si se quedaba, perdería la única oportunidad de seguir su corazón, de vivir una vida que podría ser suya y solo suya.

Esa noche, mientras pensaba en su decisión, recordó las palabras de su madre, siempre insistiendo en que debía elegir el camino correcto. Pero, ¿qué era lo correcto? ¿El amor que la consumía y la transformaba, o el deber que la mantenía prisionera de las expectativas ajenas?

Finalmente, en un acto de valentía, Elena decidió seguir a Gabriel. No fue una decisión fácil, ni tampoco libre de arrepentimientos, pero al menos, en ese momento, pudo elegir su propia verdad. Dejó atrás la vida que le habían trazado y se adentró en lo desconocido, con la esperanza de que el amor y la pasión por lo que hacía le darían la fuerza para enfrentar cualquier obstáculo.

Elena nunca olvidó el peso de su elección. A veces, el deber volvía a llamarla, y la duda la asaltaba, pero en cada paso al lado de Gabriel, encontraba una nueva razón para creer que, a veces, seguir el corazón es el acto de valentía más grande que uno puede tener.












Así, entre el deber y la pasión, Elena encontró su propio camino.

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