El sol se ocultaba lentamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados. Era la hora en que todo parecía callar, como si el mundo guardara un respiro antes de la tormenta .
Valeria y Sebastián se habían conocido en un momento extraño de sus vidas, cuando ambos se enfrentaban a la angustia de no saber qué hacer con el futuro. Ella, una joven que había dejado atrás su hogar buscando una nueva vida en la ciudad, y él, un hombre atrapado en las expectativas de su familia, cargando con el peso de una vida que no había elegido. Se cruzaron en una fiesta, como tantas otras en la juventud, pero algo en sus miradas fue diferente.
Desde esa noche, todo cambió. Cada encuentro era una danza de emociones, un juego entre lo prohibido y lo deseado. Se vieron una y otra vez, a escondidas, sabiendo que lo que compartían era más fuerte que cualquier regla o compromiso. El mundo los observaba, pero ellos se ignoraban, sumidos en un amor que no podía ser.
Ambos sabían que tarde o temprano tendrían que enfrentarse a la realidad. Valeria soñaba con libertad, con una vida fuera de las expectativas, pero sentía que cada paso hacia ella la alejaba de Sebastián. Él, atrapado en las cadenas de su familia y la reputación, temía perder todo lo que había construido por un amor tan fugaz, tan desmesurado.
Una noche, en un rincón apartado de la ciudad, lejos de las miradas curiosas, se encontraron. Las luces de la calle brillaban como pequeños faros, pero a ellos no les importaba el mundo exterior. Estaban juntos, y eso era lo único que importaba.
"Sabes que esto no puede durar, ¿verdad?", dijo Sebastián, sus ojos reflejando la tristeza que ambos compartían.
"Lo sé", respondió Valeria, con una sonrisa triste. "Pero, ¿acaso alguna vez realmente duró? El amor que tenemos no necesita tiempo, Sebastián. Es un momento, un fugaz instante que, aunque imposible, es nuestro."
Él la miró, y en sus ojos brilló una luz amarga. "Siempre nos han dicho que el amor verdadero es para siempre, pero... ¿y si no lo es? ¿Y si estamos destinados a vivir en este abismo, entre lo que queremos y lo que debemos?"
"Quizás ese sea el verdadero amor", susurró ella. "Un amor que no tiene respuestas, que no tiene promesas. Simplemente... existe."
Con esas palabras, tomaron las manos del otro, sin pronunciar más. Se abrazaron como si el universo entero estuviera observando, pero no importaba. Bailaron en el silencio de la noche, con la música de sus corazones resonando en sus almas. No había futuro, ni pasado, solo ese momento que compartían, tan efímero como la luz de las estrellas.
El abismo, ese vacío entre ellos, nunca desapareció. Siempre estuvo allí, como un testigo mudo de su amor imposible. Pero en ese instante, mientras giraban bajo el cielo nocturno, supieron que, aunque sus caminos se separaran, siempre estarían bailando en el abismo, juntos, por siempre.
El amanecer los despertó, y con él, la verdad que ambos temían enfrentar. Valeria tomó su bolso, y Sebastián sus palabras guardadas en el pecho. Sin mirarse de nuevo, caminaron en direcciones opuestas, sabiendo que lo que compartieron siempre sería su secreto, el amor más puro y doloroso que jamás existió.
Bailando en el abismo, sin saberlo, habían tocado la eternidad.