Amor en la Caída: Al Borde del Abismo?
Hace 2 días
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Cuando Sofía se mudó a la ciudad, nunca imaginó que su vida daría un giro tan drástico. De un pequeño pueblo en las montañas, donde todo parecía simple y predecible, pasó a una metrópolis llena de luces, ruido y secretos .

Pero lo que más le impactó fue su encuentro con Leo, un hombre cuya presencia se sentía como una tormenta en el horizonte.

Leo era diferente a todos los hombres que Sofía había conocido. Tenía una mirada profunda, como si cada palabra que pronunciaba estuviera cargada de un dolor antiguo, algo que lo hacía alejarse constantemente, como si temiera encariñarse con alguien. Sofía, con su inocencia y su alma abierta, no pudo evitar sentirse atraída por él. A pesar de sus esfuerzos por mantener las distancias, algo en el aire siempre los unía.

Un día, Leo apareció frente a ella con una noticia que cambiaría todo. “Tengo que irme”, dijo, y sus ojos se oscurecieron como el cielo antes de una tormenta. “Tengo algo pendiente, algo que nunca podré dejar atrás. Y, por mi bien y el tuyo, lo mejor es que nos separemos ahora, antes de que sea tarde”.

Sofía no entendía, pero algo en su corazón le decía que Leo tenía una carga invisible, algo que lo empujaba al abismo, a ese borde del que hablaba en voz baja y a menudo. Por más que intentó, no pudo dejarlo ir. Sabía que había algo que no le contaba, algo que podía destruirlos, pero su amor por él era tan fuerte que le era imposible alejarse.

Una tarde, tras semanas de silencio, Sofía decidió seguirlo. Quería saber la verdad, entender por qué Leo se había alejado. Lo encontró en un acantilado, mirando el mar con esa expresión distante. El viento jugaba con su cabello y su rostro estaba impasible.

“¿Por qué, Leo? ¿Por qué me dijiste que te alejaras?”, preguntó Sofía, acercándose con el corazón en la garganta.

Leo la miró, y por primera vez, sus ojos mostraron una mezcla de tristeza y resignación. “Porque te arrastraría a un lugar del que no podrías salir. No soy quien tú piensas, Sofía. Tengo demasiados demonios en mi vida, demasiados secretos... y no quiero que te hagas daño por mi culpa”.

Sofía no pudo dejar que lo perdiera. “Los demonios no son más que sombras. Podemos enfrentarlos juntos, Leo. Yo... te amo, y no voy a huir de ti”.

Una lágrima recorrió la mejilla de Leo, y por un momento, pensó en rendirse, en creer que podía ser feliz con Sofía. Pero las sombras del pasado, sus deudas con personas peligrosas, lo arrastraban nuevamente hacia el abismo. “El amor no puede salvarme, Sofía”, murmuró, dando un paso atrás.

“Sí puede”, insistió ella, tomando su mano. “Te salvaré, aunque tú no lo creas”.

Pero en ese instante, una llamada interrumpió el momento, y Leo se tensó, reconociendo el número. Sus ojos se llenaron de miedo. “No lo entiendes, Sofía. No podemos seguir. No estamos destinados a estar juntos. No te puedo arrastrar a este caos”.

Antes de que Sofía pudiera reaccionar, Leo dio un paso atrás y se alejó, desapareciendo entre la niebla del acantilado.

Sofía se quedó allí, sola, al borde del abismo, viendo cómo el hombre que amaba se perdía una vez más en su tormenta. Sabía que no podía salvarlo si él no lo quería. Pero mientras el viento soplaba fuerte, ella hizo una promesa en su corazón: aunque el amor no pudiera salvarlo, ella lo esperaría siempre, porque al final, el amor no se trata de salvar, sino de estar dispuesto a no dejar ir, incluso cuando todo parece perdido.















Y mientras las olas chocaban contra las rocas, Sofía miró hacia el horizonte, decidida a esperar lo que fuera que el destino tuviera reservado para ella y Leo, al borde de un abismo que, por una vez, no sería fatal.

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