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Crío a mis hermanitas. Relato (basado en una historia real)
Cuando mamá nos dejó, yo tenía apenas doce años, pero sentí que mi infancia terminó en ese momento .
Ella se fue una noche sin decir adiós, solo dejó una nota en la mesa diciendo que necesitaba "ser feliz". ¿Y nosotros? ¿Dónde encajábamos en su felicidad? No lo sé.
Mis hermanas, tres niñas pequeñas con los ojos llenos de preguntas, no entendían qué estaba pasando. Sofi, la mayor después de mí, tenía siete años, Valen cuatro y Laurita apenas dos. La más chiquita lloraba todas las noches llamando a mamá, pero su voz se perdía en el vacío de nuestra casa.
Yo era su hermano, no su papá. Pero me tocó serlo. Aprendí a cocinar cosas simples porque no había quién más lo hiciera. Aprendí a contar cuentos en lugar de leerlos, a peinar trenzas con mis manos torpes y a inventar respuestas para preguntas que no tenían solución:
—¿Cuándo vuelve mamá?
—Pronto, Sofi. Muy pronto.
La verdad era que no sabía si volvería. Por las noches, mientras mis hermanas dormían apretadas en el colchón que compartíamos, yo me quedaba despierto pensando en cómo llegaríamos al día siguiente. Recogía ropa usada, buscaba changas y pedía ayuda a los vecinos, aunque eso me hiciera sentir pequeño.
Un día, vi a mamá en la calle, caminando con un hombre. Ella reía, como si nunca hubiese tenido hijos. No me vio, o no quiso verme. Sentí un peso en el pecho, como si alguien hubiese aplastado todo el aire de mis pulmones. Pero no lloré.
No podía permitirme el lujo de quebrarme. Mis hermanas me necesitaban fuerte. A veces, en la oscuridad de la noche, pensaba en todo lo que había perdido por culpa de su ausencia: amigos, sueños, mi infancia. Pero entonces escuchaba la risa de Laurita cuando le hacía cosquillas, o veía a Valen dibujarme un "te amo, hermano" en una hoja arrugada, y recordaba que ellas eran mi razón para seguir.
No sé qué pasará mañana. Quizás mamá nunca vuelva. Pero mientras me queden fuerzas, mientras ellas sigan mirándome con esos ojos llenos de confianza, haré todo lo que esté en mis manos para que nunca sientan que están solas.
Fin del relato.
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