La inteligencia siempre ha fascinado a la humanidad. Grandes nombres como Albert Einstein y Stephen Hawking nos vienen a la mente cuando pensamos en los genios más destacados de la historia .
Desde una edad sorprendentemente temprana, Sidis mostró habilidades que rozaban lo imposible. A los 18 meses ya leía el New York Times, y a los 4 años había devorado clásicos como La Ilíada y La Odisea en griego original. Su brillantez no se limitaba al lenguaje: a los 6 años, inventó un algoritmo matemático capaz de calcular el día exacto de cualquier evento histórico.
¿Te parece increíble? Eso es solo el principio. A los 9 años ingresó en Harvard, destacándose en conferencias sobre dimensiones espaciales que asombraron a los más grandes académicos de su tiempo. Para los 11 años, ya poseía un título avanzado en matemáticas y daba lecciones sobre sistemas planetarios. Durante su vida, acumuló honores en siete carreras universitarias y dominó más de 40 idiomas, incluyendo algunos que aprendió en cuestión de días.
Pero este genio no solo sobresalía en logros académicos. Su capacidad creativa lo llevó a desarrollar su propio idioma, Vendergood, y a escribir prolíficamente bajo diversos seudónimos. Pese a su mente incomparable, Sidis optó por una vida sencilla y reclusa, lejos de los reflectores. No buscaba fama ni reconocimiento, solo la paz que le brindaba el estudio y la introspección.
Sin embargo, su brillantez tuvo un costo. Su naturaleza introvertida y su negativa a conformarse con las normas sociales lo alejaron del contacto humano. A pesar de sus logros colosales, William James Sidis murió joven, a los 46 años, dejando tras de sí un legado de genialidad que desafía nuestra comprensión de lo que la mente humana puede lograr.
Con un cociente intelectual estimado entre 250 y 300, Sidis sigue siendo un enigma fascinante: un recordatorio de que incluso el más brillante de los genios puede elegir un camino diferente al que la sociedad espera.