Soy alguien que cuida su salud; me gusta trotar hasta el gimnasio para mantenerme activo. Todo cambió un día en que, mientras corría, un conductor distraído perdió el control y me arrolló .
Estaba en una habitación compartida. A mi lado, una mujer con obesidad mórbida ocupaba la cama contigua. Apenas podía moverme; el dolor era insoportable, y la sedación hacía que todo se sintiera irreal. Recuerdo los sonidos de las máquinas y la sensación de hambre que se hacía cada vez más intensa.
Intenté llamar a una enfermera, pero mi cuerpo estaba tan débil que me desmayé. Cada vez que despertaba, sentía que el hambre me consumía. Era como si no hubiera comido en días. Finalmente, cuando logré alcanzar el botón para llamar, un enfermero vino y me ayudó a alimentarme. Nunca en mi vida había devorado algo con tanta urgencia.
Cuando recuperé algo de fuerza, le pregunté con voz débil:—¿Por qué me dejaron tanto tiempo sin comer?
El enfermero parecía confundido. Dijo que avisaría al doctor. Poco después, el cuarto se llenó de personas: el doctor, enfermeras y su jefa. Todos me miraban con una mezcla de desconcierto y preocupación.
Una de las enfermeras habló:—Amigo, no es cierto que no te dimos comida. Cada día dejábamos bandejas frente a ti, en la mesa de tu cama. Cuando volvíamos, los platos siempre estaban vacíos.
Sus palabras me dejaron helado. Apenas podía creerlo. Yo no había comido nada.
En ese momento, sentí como si una chispa iluminara sus mentes al unísono. Todos giraron lentamente hacia la mujer que ocupaba la cama contigua. Ella, que había estado escuchando, gritó desesperada:—¡Yo no hice nada! ¡Yo no hice nada!
El ambiente se volvió más tenso. Las enfermeras empezaron a hablar entre ellas, mencionando algo que me heló la sangre: la cama donde yo estaba había sido ocupada antes por una anciana que murió de hambre en circunstancias sospechosas.
No tardó mucho en llegar la policía. Se llevaron a la mujer en una silla de ruedas especial, mientras el aire se llenaba de un olor indescriptible, como si todo en esa escena estuviera cargado de algo siniestro.
Hasta hoy, sigo recordando cada detalle. Me pregunto cómo algo tan aterrador puede suceder, y pienso en lo que siempre decía mi abuelo: a veces, hay que temer más a los vivos que a los muertos.