Había pasado mucho tiempo desde que Valeria se sintió completamente a gusto consigo misma. Recientemente había atravesado un período complicado en su vida, marcado por una serie de decisiones que la dejaron emocionalmente desgastada .
Un día, después de una conversación en la que alguien le hizo un comentario que la hizo cuestionar sus habilidades, Valeria decidió que era hora de hacer algo por ella misma. Estaba cansada de sentirse insegura, de no confiar en sus propias decisiones. Quería recuperar esa fuerza que sentía que había perdido en algún momento del camino.
La primera etapa de su proceso fue aceptar que la confianza no era algo que pudiera reconstruir de la noche a la mañana. No se trataba de un cambio rápido, sino de pequeños pasos diarios. Valeria comenzó a escribir en un diario todas las cosas que le gustaban de ella misma, aquellas que había olvidado en su afán por complacer a los demás. Recordó cómo amaba pintar, cómo encontraba paz en el silencio y cómo, a pesar de las dificultades, siempre se había mantenido firme.
A medida que pasaban los días, se obligó a enfrentar sus miedos. Decidió, por ejemplo, empezar a hablar más en reuniones de trabajo, aunque el miedo a equivocarse le recorriera el cuerpo. No siempre salían las cosas como esperaba, pero algo cambió: cada vez que se equivocaba, en lugar de hundirse en la vergüenza, se levantaba con una lección, con una nueva forma de aprender.
En las semanas siguientes, Valeria dejó de buscar la aprobación constante de los demás. Antes, su felicidad dependía de las palabras de aliento de quienes la rodeaban, pero pronto se dio cuenta de que su paz interior no podía depender de factores externos. A medida que se dedicaba más tiempo a ella misma, comenzó a ver su valor de una manera que nunca antes había experimentado.
Su confianza creció de manera silenciosa, pero profunda. No se trataba de mostrarle al mundo que era invencible, sino de demostrarle a sí misma que estaba bien tal y como era. Aprendió a aceptar sus errores, a abrazar sus logros y, sobre todo, a reconocer que su valor no dependía de la perfección.
Un día, mientras caminaba por el parque, Valeria sonrió para sí misma. Había pasado mucho tiempo buscando algo fuera de ella misma, pero ahora entendía que lo que realmente necesitaba ya lo tenía dentro: su confianza. Y lo mejor de todo, era que sabía que ese camino no tenía un final, sino que era un viaje continuo de autodescubrimiento y aceptación.