Siempre había vivido pensando en los demás. Desde pequeña, el ritmo de mi vida estuvo marcado por las expectativas ajenas, ya fueran de mis padres, mis amigos o incluso los estándares que imponía la sociedad .
Fue en un atardecer solitario, mientras caminaba por el parque de mi ciudad, cuando por fin lo entendí. El sonido de las hojas moviéndose al viento y la quietud del paisaje me hicieron detenerme. Por primera vez, dejé de pensar en los que me rodeaban y miré hacia adentro. Me di cuenta de que nunca me había preguntado qué quería realmente, nunca había escuchado mi propio corazón. Había vivido en función de cumplir con los deseos y expectativas de otros, pero ¿qué pasaba con los míos?
El cambio no fue inmediato. Al principio, me sentí perdida, como si estuviera comenzando desde cero. Decidir vivir para mí misma significaba renunciar a viejas creencias y patrones que había seguido por años. Empecé a tomar decisiones pequeñas que representaban un acto de amor propio. Comencé a decir no cuando no quería algo, a buscar momentos de paz a solas, a ponerme a mí misma en primer lugar sin sentir culpa. No fue fácil, y la incomodidad me acompañó muchas veces, pero algo en mí comenzó a sanar.
Me inscribí en clases de pintura, algo que siempre había querido hacer pero que había dejado de lado por temor a no ser buena. Para mi sorpresa, descubrí una pasión que había estado oculta, esperando ser descubierta. También empecé a practicar yoga cada mañana, no por la necesidad de tener un cuerpo perfecto, sino para sentirme en equilibrio y conectar con mi esencia.
Mis relaciones con los demás también cambiaron. Ya no permití que las opiniones de los otros dictaran mi felicidad. Aquellos que me amaban, aprendieron a respetar mi espacio y mis decisiones, y yo comencé a aprender a ser honesta conmigo misma y con ellos. Dejé ir relaciones tóxicas que me habían drenar, porque entendí que mi paz y bienestar valían más que complacer a quienes no me aportaban positividad.
Vivir para mí no significaba ser egoísta, sino ser fiel a mi propia verdad. Comencé a entender que al cuidarme, al estar bien conmigo misma, podía ser una mejor amiga, hija, compañera. Descubrí que no podía dar lo mejor de mí si primero no me daba lo que necesitaba: amor, tiempo, respeto y espacio para crecer.
Hoy, soy una mujer que se escucha, que se respeta y que se ama tal como es. He aprendido que la vida es mucho más rica cuando dejo de vivirla en función de los demás y comienzo a vivirla para mí. Al final, no hay mayor satisfacción que ser fiel a uno mismo y construir una vida que realmente resuene con lo que uno desea y sueña.
Porque, al final del día, vivir para mí no solo me hace feliz, sino que me permite dar lo mejor de mí a los demás, sin perderme en el proceso.