Lina había pasado toda su vida buscando validación en los ojos de los demás. Desde pequeña, se sintió invisible, como si su valor dependiera de lo que los otros pensaran de ella .
Cuando cumplió 30 años, algo cambió. La rutina diaria de seguir las expectativas ajenas la había dejado exhausta. Sentía que algo faltaba, pero no sabía exactamente qué. Su vida parecía estar en piloto automático, sin espacio para su esencia. Decidió que era hora de dar un paso hacia lo desconocido, hacia ella misma. Quería florecer desde adentro, sin las máscaras que había aprendido a usar durante tantos años.
La decisión no fue fácil. Empezó a explorar la meditación, tomándose tiempo cada día para conectar con su respiración y escuchar sus pensamientos. Fue un proceso lento y a veces incómodo. Había tantas emociones reprimidas que brotaban sin previo aviso, pero Lina se permitió sentir sin juzgarse. Los miedos, las inseguridades y los momentos de duda aparecieron, pero también descubrió una resiliencia que nunca había reconocido en ella misma.
Un día, mientras caminaba por el parque cerca de su casa, Lina se detuvo frente a un campo de flores silvestres. Habían crecido sin esfuerzo, en un terreno que parecía no ofrecer las mejores condiciones, pero ahí estaban, brillando con su propia belleza. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, al igual que las flores, ella también podía crecer, incluso en los terrenos más áridos de su alma. No necesitaba que nadie le dijera que era valiosa, ya lo sabía. Su amor propio no dependía de las aprobaciones externas, sino de la aceptación y el cuidado que ella misma se brindaba.
Con el tiempo, Lina comenzó a dejar de lado las expectativas ajenas. Se atrevió a decir "no" cuando lo sentía, a expresar sus deseos y necesidades sin miedo al rechazo. Empezó a tomar decisiones basadas en su propio bienestar, sin arrepentimientos ni culpas. Floreció en su autenticidad, y aunque el proceso fue desafiante, cada paso le acercaba más a la mujer que siempre había sido, pero nunca había dejado ser.
No fue un cambio radical de la noche a la mañana, pero Lina aprendió a amarse tal como era. Empezó a escribir cartas para sí misma, recordándose cada día lo increíble que era, lo suficiente que siempre había sido. La flor que había sido plantada en su interior comenzó a desplegar sus pétalos, mostrando al mundo una versión más fuerte, más segura y completamente alineada con su verdadero ser.
Lina había florecido, no por fuera, sino desde adentro. Y lo mejor de todo es que lo había hecho por ella misma.