Desde que recuerdo, siempre había vivido con la sensación de estar a la sombra de los demás. Había sido esa persona que se adaptaba a lo que los demás esperaban de mí, sin detenerme a pensar en lo que realmente quería .
Pero todo comenzó a cambiar una tarde cualquiera, en la que, después de un largo día de trabajo, me senté frente al espejo y me vi de una manera diferente. No fue la primera vez que me miraba, pero algo en esa ocasión me hizo ver más allá de las imperfecciones superficiales. Vi a una mujer que había pasado por muchas cosas, pero que aún seguía de pie. Vi a una mujer con potencial, con sueños, con un alma vibrante que había estado escondida bajo capas de miedos y expectativas ajenas.
Decidí entonces que era momento de empezar a redescubrirme. No podía seguir viviendo a través de los ojos de los demás. Tenía que hacer las paces conmigo misma, abrazar mis defectos y virtudes, y permitir que mi verdadero ser se mostrara al mundo, sin miedo ni vergüenza.
El primer paso fue aceptar que no tenía que ser perfecta. Aprendí a ver mis imperfecciones como partes fundamentales de quien soy, no como obstáculos a superar. En lugar de enfocarme en lo que no me gustaba de mí, comencé a celebrar lo que sí. Mi risa, mi energía, mi capacidad de amar sin reservas. Todo eso era parte de mi esencia.
Cada día, empecé a hacer pequeñas cosas para conectar más conmigo misma. Ya no me perdía en la rutina sin fin. Ahora me permitía disfrutar de un buen libro, salir a caminar sin rumbo, darme el permiso de no hacer nada. Esas pequeñas acciones se convirtieron en grandes momentos de autocompasión y amor propio.
La transformación no fue inmediata. No fue una cuestión de cambiar de la noche a la mañana. Fue un proceso, algo que sucedió lentamente, día a día. Algunas veces me caía, me sentía perdida o confundida, pero aprendí a levantarme con más fuerza. La clave era ser amable conmigo misma, no culparme por mis tropiezos, sino verlos como oportunidades para crecer.
Con el tiempo, las personas a mi alrededor notaron el cambio. Ya no buscaba su aprobación; en cambio, me encontraba guiada por mi propia intuición. Me di cuenta de que al aceptarme tal como soy, las relaciones en mi vida también mejoraron. Ya no temía ser auténtica, y eso creó un espacio para que los demás también pudieran serlo.
Hoy, cuando miro al espejo, ya no solo veo a la mujer que solía ser. Veo a una mujer que, aunque todavía está aprendiendo, ha avanzado mucho. Cada día es una nueva oportunidad para seguir redescubriéndome, para seguir creciendo, y lo más importante, para seguir amándome.
Redescubriéndome cada día no es solo una frase, es una forma de vida. Cada paso que doy, cada decisión que tomo, es un recordatorio de que mi felicidad y bienestar dependen de mí misma. Y aunque el camino no siempre sea fácil, estoy aprendiendo a disfrutar del viaje.